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Enterrando la generalitat desde Catalunya

Por si quedara duda sobre el sentido del título, lo que se intenta argumentar se refiere a la Generalitat Valenciana (GV). Acerca del camino al camposanto de su homóloga catalana poco cabe pronosticar, ya que transita por situaciones sin precedentes, donde opinar es especular en el vacío, lo cual es un ejercicio poco riguroso.

Ahora sabemos que Puigdemont y su cortejo han querido independizar a Cataluña dañando al resto de españoles, ya que no hay otra vía. Entre sus múltiples efectos secundarios ya comprobados están el suicidio del personaje por la vía del ridículo ético-intelectual y, lo que más nos afecta, tocar de muerte aquello que conocemos como la España de las Autonomías.

Con todo lo vivido últimamente, hablar de modelo de reparto entre Comunidades Autónomas (CCAA) es una antigualla en la que sólo el Consell cree. El futuro pasa bien por una España federal, bien por un recentralización del Estado. No es el momento de discutir los pros y contras de cada opción, sino de proceder ahora para ir pensando en una liquidación razonable y digna de lo que ahora existe. Hemos credo una organización territorial que no funciona y que ha producido situaciones poco menos que catastróficas para Europa. Mientras en Cataluña, una buena parte de sus políticos, poniéndose la constitución por montera, se declaran independientes, aquí en la comunidad vecina nuestros responsables políticos convocan el próximo día 18 a montar un «pollo» a cuenta de la financiación1 para «hacerse de valer un poco frente al resto España». Puigdemont por un lado y Oltra por otro, han decidido que en el otoño de 2017 España se mueva a golpe de manifestación bolivariana; después nos quejamos de las querencias venezolanas de los fundadores de

Podemos.

Como si nada hubiera pasado al norte del Senia, el ministerio de Montoro y el Consell de Puig están en un proceso de autoengaño retroalimentado que más que a la melancolía va a terminar incrementando el número de manifestaciones y dando nuevos argumentos a los independentismo. Por un lado Montoro ha prometido un nuevo modelo de finaciación de las CCAA para final de año, mientras por el suyo Puig compra la idea con tal entusiasmo que no ha dudado en ordenar a su conseller Soler que presente por tercer año consecutivo unos presupuestos de la GV con 1.350 millones virtuales de ingresos, a cuenta de este desconocido modelo. No me negaran que hay que ser muy inconsecuente para en dos meses conseguir el acuerdo de todas las CCAA (¡Cataluña?), al tiempo que estar muy desesperado al reconocer sin rubor que la GV es inviable.

La liturgia sigue su curso. Tras el informe del Comité de Expertos, el jueves pasado se puso en marcha el Comité Técnico Permanente de Evaluación adscrito al Consejo de Política Fiscal y Financiera (CPFF). La condición política es que las CCAA socialistas lo acepten, cosa que los expertos conocen y callan; una estridencia, cuando se supone que las decisiones deben ser duraderas y sensatas y que por tanto no deben ser de quita y pon, a golpe de elecciones regionales. Sin embargo el mayor dislate reside en trabajar y discutir como si el problema de Cataluña no existiera. De hecho parece que ya no hubiera ninguna esperanza de que volverá a sentarse en el CPFF o en la mesa que decidamos regirá entre españoles. Más que nunca Cataluña sigue voluntariamente ausente y por mucha liturgia que quieran poner los expertos, no es imaginable que, cuando despierte de su dolorosa ensoñación, se le va a imponer sin más, aquello que el resto de CCAA hayan decidido en su ausencia.

Por mucho que se empeñen no son estos los días para nuevos modelos y manifestaciones regionales, cuando España y Europa están crujiendo. Hay otras soluciones a plantear provisionalmente en el CPFF si de solidaridad hablamos.

En la hipótesis más optimista la organización autonómica del estado tendrá que cambiar y en la más pesimista, España ya será otra cosa.

Es una actitud adolescente tratar de ignorar que las bases sobre las que surgió la España de la transición han saltado con el proceso catalán. El momento es tan crítico que solo cabe mirar al futuro con realismo y dejarse de liturgias previas al entierro.

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