El traidor héroe cobarde. Procuro contemplar los actos de Puigdemont sin prejuicios, lo que no significa que los comparta. De acuerdo con su ideología o sentimiento (independentista) y sus principios (no agravar el problema y encontrarle una salida política), sopesó una suspensión de las hostilidades y una convocatoria de elecciones: los propios le llamaron traidor, mientras los ajenos no se movían. Ahora, quieren convencernos a todos de que también es un cobarde. Con un argumento que se repite, y que se condensa en un sumario del telediario de Ana Blanco, se dice, más o menos literalmente: «Mientras los consellers acuden a la Audiencia y son encarcelados, Puigdemont se toma un café en una cafetería de Bruselas». Lo cierto es que, puesto que eran las nueve de la mañana, era bastante razonable (también podría estar corriendo o sobando en la piltra). Sin embargo, quieren destruir y ridiculizar al personaje, cuando es evidente que su marcha a Bruselas responde a una estrategia política y jurídica acordada (equivocada o no; compartida o no), pero no un acto de cobardía. Bruselas no es el lugar en el que se esconde, sino el desfiladero de sus Termópilas, ya sea usted persa o espartano. Pero hay mucho valiente suelto.

No sé si la justicia sigue siendo ciega, pero desde luego ha dejado de ser lenta. Habrá que distinguir la velocidad del tocino.

Los problemas se pueden disolver o resolver. Decía Wittgenstein que los problemas filosóficos son pseudoproblemas, malentendidos lingüísticos, que deben ser disueltos clarificando el malentendido en el que se fundan. Sin embargo, los problemas políticos no pueden ser disueltos al grito de «se acabó el recreo» y los «malos» al rincón de pensar, sino resueltos. El problema catalán no es un pseudoproblema, aunque esté lleno de malentendidos, y todos creen que unas elecciones pueden ser el principio de la solución, sin serlo todavía. En este sentido no entiendo la actitud pirómana de quienes alaban a Rajoy por convocarlas con rapidez y reprochan al PdeCat, ERC y la CUP la decisión de presentarse y no se alegran. Bastaría pensar, sin embargo, que, de no hacerlo, las cosas resultarían mucho peor. ¿Acaso piensan que el problema se esfumará con la incomparecencia de los «problemáticos»?

Si ser nacionalista es que primero eres francés y luego de izquierdas o derechas, entonces no soy nacionalista. Lo que si tengo claro es que no soy anticatalanista. Además de que por ser testiga de Jehová mi religión me lo prohibe, está aquello de Simone de Beauvoir sobre que ser es llegar a ser, y, así, uno es soriano genéticamente puro (salvo promiscuidades no declaradas), aragonés de nacimiento, catalán durante la primera y segunda infancia, y valenciano hasta esta edad ya trastornada. Es más, en cuanto puedo viajo a Italia por ver si llego a ser italiano. En fin: uno es de tantos sitios que no lo es de ninguno y, si me permiten la compañía, de todos. Anticatalanista ni de coña. Por lo del 11 del 11.