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Bosquete de interés

Para cuando lean estas líneas, se habrá celebrado una cacerolada por los árboles de Bailén, frente a la estación del AVE. Tienen nombre de batalla y lo es: un combate contra la consideración de los árboles como elementos de mobiliario, papeleras o farolas que se quitan, ponen o trasladan. Sí, es ese «bosquete de cierto interés», como le llaman en el Ayuntamiento, que, supuestamente, lo perderá, el interés, cuando tengamos, que no lo tenemos, el Parque Central y sus miles de metros cuadrados. Puesto que vamos a tener un criadero de caballos, matemos al burro. El amor a los árboles no está en nuestro genoma cultural y un periodista valenciano, de Borriana, Artur Perucho, escribía en Marburg, cuando Hitler ya se trabajaba la cancillería (1930): «Entre els alemanys i jo hi ha un abim: llur amor primitiva per la Natura».

Perucho practicaba el culto al bosque regimentado de los naranjos, del que dependía, entonces, toda riqueza. Muy mediterráneo. Los Evangelios empiezan, como quien dice, con la higuera que Jesús maldice por no dar fruto. Jesús no era de Borriana, pero casi. Las cosas cambian solo para que descubramos, si lo merecemos, alguna verdad esencial: los naranjos ya no dan un duro pero, como cualquier árbol, beben luz y comen aire. Enredados con el cielo, traen a la tierra los humores sutiles, el amparo de una marquesina de sombra sobre el suelo arrasado. Los niños aún lo saben y por eso yo corría hacía los viejos olivos que había en mi parvulario para abrazarlos de repente (o colgarme cabeza debajo de una de sus ramas, lo que era de mucho efecto entre mis condiscípulos). Por eso los niños construyen su casa arborícola, como barones rampantes que saben que nada bueno les espera tras el descenso de obligado cumplimiento.

Hoy sabemos que las canciones de la vida se basan en los acordes básicos del bosque, como una copla susurrada que se acompaña con palillos y pandereta y una botella frotada de anís. Camilo José Cela decía que una encina es mucho más compleja y fascinante que la mejor de las novelas, claro que Cela era gallego.

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