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La discutible épica del intelectual opinador

Después de pasarme jornadas intensivas viendo las noticias y leyendo los periódicos, informada al minuto, como tantos españoles, sobre el asunto de Cataluña me mantengo firme en mi decisión de no pronunciarme públicamente sobre el tema, pero sí que deseo hacer una reflexión general sobre la compulsión opinadora que nos inunda. Contertulios de los más diversos pelajes dictaminan cual si fueran sesudos expertos, incluso fuera de nuestras fronteras. Leo: «Un centenar de políticos, intelectuales y eurodiputados han firmado una carta abierta a Jean -Claude Junker, presidente de la Comisión Europea y a Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo denunciando el injustificable silencio de Europa ante la crisis catalana». Entre los firmantes Judith Butler, Ianis Varufakis o Antomio Negri, critican que el gobierno español «está violando la Convención Europea de Derechos humanos» (Ara, 2/11/2017).

Y me pregunto: ¿Es un deber de los intelectuales tomar posición frente a los conflictos internacionales? ¿Responde ello a un meditado análisis de los acontecimientos o más bien a presentarse como legítima élite de la conciencia ética? Hace mucho que Michel Foucault denunciara las pretensiones del intelectual universal, reclamando una esfera mucho más modesta: la del intelectual específico, esto es, la del que opina sobre aquello que es su materia de estudio. Quizás porque recordaba su tremendo resbalón teórico cuando apoyó entusiásticamente la revolución de Jomeini.

Si hacemos un repaso de los posicionamientos de los intelectuales a lo largo de la historia encontraremos una bochornosa lista de alineamientos indefendibles. Hegel celebrando la invasión napoleónica como el advenimiento del Espíritu, Heidegger partícipe del nazismo, Sartre defendiendo las manos sucias de sangre de diversos regímenes dictatoriales, o todo el prestigioso grupo de la revista Tel con Sollers a la cabeza volviendo de China disfrazados a lo Mao, por no citar las equívocas posturas de Lévy en los conflictos de Oriente Medio o la actual defensa de ?i?ek del stalinismo.

Y ahora una parte de la intelligentsia internacional pretende resucitar la visión de la España negra, franquista, representándose a sí mismos como ridículos héroes desfasados de las Brigadas Internacionales contra el fascismo. Pareciera que, desde sus gabinetes universitarios, los intelectuales necesitaran forjarse una auto imagen mítica creando para ello la faz de un enemigo inexistente. Se nos habla de la superioridad del sistema jurídico belga frente al corrupto sistema jurídico español. Como si un juego entre blanco y negro se tratara. A lo que se han sumando desafortunadas declaraciones de algunos ministros belgas en este sentido. Vamos a ver, seamos serios: ninguna nación supera un repaso de su historia. Bélgica, un gran país, sin duda alguna, protagonizó el colonialismo más depredador en el Congo, no consigue resolver su fractura nacionalista entre flamencos y walones, sigue manteniendo un cierto sentimiento ancestral antiespañol desde los tercios de Flandes, y por su dejación política se ha convertido en uno de los bastiones del yihadismo en suelo europeo. Por no recordar que en 1958 aún se expuso en Lieja un zoo humano con indígenas congoleños. Mientras en 1959 España reconocía el estatus de provincias a Rio Muni, Fernando Poo y Guinea Ecuatorial. Olvidando todo ello, se nos quiere presentar a dicho país como el reino de la justicia impoluta, que acoge al «exiliado político».

Puigdemont, para defenderlo de una sempiterna España de charanga y pandereta donde resurge la dictadura y no se respeta del estado de derecho. ¿De verdad podemos aceptar como análisis riguroso ese maniqueísmo de guiñol que pretende enfrentar a dos países modernos, impecablemente democráticos, que se debaten entre complejos condicionantes sociopolíticos? El sensato primer ministro belga Charles Michel sabe que tiene un problema y que los halagos que recibe no son sino una estrategia de sus propios enemigos internos, un nacionalismo flamenco de extrema derecha, jaleado ahora, en paradójica coincidencia, por una internacional claque intelectual de izquierdas.

Frente a todo ese espectáculo y puesta en escena de las vedettes intelectuales del momento, no digo yo que debamos recuperar la mesura del silencio, pero sí la dignidad del pensamiento objetivo e informado, porque, de otra manera, los que pretenden ser la voz de la conciencia engagé solo se muestran como intelectuales orgánicos al servicio de ocultos intereses, cuando no continuadores de esa larga lista de desatinados que emborronan sus logros teóricos con la miopía del ridículo.

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