En ingeniosa pero simplista frase, Fernando Savater sentenció que "el populismo es la democracia de los ignorantes". El populismo, en mi opinión, es un fenómeno mucho más complejo.

William Jennings Bryan, un político poco conocido, fundó a finales del siglo XIX el People´s Party en EE UU. Elemento fundamental de su discurso era el rechazo al poder de los monopolios que en Estados Unidos amenazaban a la gente común y a la misma democracia. En este contexto, mezclando asuntos materiales, culturales y políticos se expresaba una característica constante del populismo: la lucha de los ciudadanos contra las élites.

Su influencia en la política y la sociedad americana de entonces fue muy positiva. Integrado finalmente en el Partido Demócrata, en el que llegó a ser secretario de Estado con el presidente Wilson, contribuyó al giro a la izquierda de éste y a que se elaboraran numerosas leyes antimonopolio. Dimitió de este puesto en 1917, al entrar EE UU en la Primera Guerra Mundial, por sus firmes convicciones pacifistas.

El elogiado New Deal del también demócrata presidente Roosvelt también tuvo una importante componente populista. Los resultados socioeconómicos del New Deal no fueron tan brillantes como a veces se cuenta -posiblemente no lo podían ser- pero fue determinante para mantener la confianza de los americanos en la democracia, en una coyuntura social muy adversa como lo fue la creada por el crack del 29.

Dando un salto en el tiempo veremos algunos rasgos del populismo hoy. En una clasificación genérica habría un populismo de derechas, el del pintoresco Trump al otro lado del océano. Y en Europa lo serían el Partido de la Independencia del Reino Unido, del que era su líder Nigel Farage, o el Frente Nacional francés liderado por Marine Le Pen. En Grecia es de izquierdas la coalición Syriza actualmente en el poder. En España su principal referente es Podemos, que afortunadamente no gobierna.

Sin embargo, no siempre es muy nítida la diferencia entre ambos populismos. Farage, uno de los impulsores del brexit, escribió después del triunfo de éste: «Es una victoria de la gente corriente contra los bancos, grandes empresas y los políticos». A Pablo Iglesias le gustaría poder hacer una afirmación así, porque hasta ahora, victorias en España ha tenido pocas.

En el fondo todos estos partidos populistas, de izquierdas o de derechas, tienen una bestia negra común: la globalización. Ésta, sin duda, tiene efectos perversos, como el flujo incontrolado de capitales que permiten un capitalismo especulativo en el que apretando un botón se pueden ganar miles de millones de euros en Singapur y al día siguiente operar en la bolsa de Fráncfort. Pero no es menos cierto que la globalización ha permitido que cientos de millones de hombres salgan de la pobreza en China, India, Brasil... Como agudamente señaló Felipe González, nunca hay manifestaciones anti -globalización en estos países (bueno, en China, al ser una dictadura, no las hay de ningún matiz). Las hay principalmente en el mundo occidental.

La globalización, junto a la crisis económica de la última década que aún perdura en casi toda la UE, ha sido el caldo de cultivo del auge de los populismos. La crisis económica ha sido mal gestionada en general, siendo determinante la política económica impuesta por Alemania. Oponerse a la blogalización es intentar ponerle puertas al campo. El populismo es un movimiento fundamentalmente reactivo. Se opone a lo que hay, pero es incapaz de concretar en medidas reales las vagas promesas que realiza mientras es oposición.

Ejemplos los hay de todo tipo de populismos. El de Trump, que ha sido incapaz de aprobar una sola propuesta de lo que prometió en su campaña electoral. Farage, principal impulsor del brexit, al día siguiente de su inesperada victoria en el referéndum británico, dimitió como máximo dirigente de su partido, probablemente porque se sentía incapaz de dar soluciones al enorme problema que suponía para su país la salida de la UE.

También hay ejemplos en el de izquierdas. Syriza está fuertemente desprestigiado en Grecia y todas las encuestas electorales apuntan a una gran derrota de este partido y la victoria de Nueva Democracia, el partido conservador en el país heleno.

Como conclusión, el populismo de hoy en día, en democracias consolidadas como son las occidentales, son cantos de sirena que a los que les siguen cual flautista de Hamelin, llevan al fracaso y la ruina de su país.