Contemplar a gobernantes, y aspirantes con pocas opciones, de manifestación permanente con ese aplauso juvenil como si estuvieran en un festival playero, no ayuda nada a los que somos desconfiados de fábrica. Viven en un mundo tan paralelo, que ya ni prestan atención a las series que marcan tendencia. Se quedaron colgados en «Borgen», cuando todavía calentaban asiento en la oposición, con el peligro que entraña para la salud confundir Copenhague con València. Pero es que ni en aquella mítica, y superada, saga danesa, los servidores públicos convocan actos de protesta, pues confían en su olfato político y en su fuente de propuestas para dedicar todo su tiempo a pactar el bien común. Los Underwood, (¡que decepción que nadie se atreva aquí con los Blasco-Císcar!), dedican todo su tiempo a conspirar para mantenerse en el poder, como debe ser, nada de llamar a los primos de zumosol, metáfora actual de ciudadanía, para sacarles las castañas del fuego. Los mismo que el bueno de Tom Kirkman en «Sucesor designado», una serie que me entretiene mucho más que «The House of Cards», quizás porque Netflix la administra en dosis semanales, como antaño.
Confío más en esa soledad de los buenos gobernantes, en su capacidad de reacción ante la adversidad, porque de ahí sale esa generosidad de generar empatía que posee un estadista. Seguro que tampoco han visto «Churchill», una película que debería proyectarse en secundaria, si los profesores fueran capaces de tener esa formación continua básica tan demandada.
Cargos públicos, asesores, asimilados y funcionarios varios tendrán esta tarde un subidón de autofinanciación importante. Nada más lejos de quitarles la ilusión, aunque sea fugaz y termine en frustración. Hace tiempo que estoy calentando banquillo, pero después de lustros dedicados a impulsar la hostelería autóctona, estoy en condiciones de asegurar que nunca vi a nadie pedir un Martini rojo.
