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El VI centenario de la muerte del desconocido san Vicente Ferrer

El cardenal Cañizares ha anunciado que va a declarar Año Vicentino del 5 de abril de 2018 al mismo día del año siguiente con motivo del VI Centenario de la muerte de san Vicente Ferrer ocurrida en 1419, en Vannes, Francia. Hace más de dos años que en estas mismas páginas de Levante-EMV comentamos el aniversario que se os venía encima y poco se había barruntado hasta el presente.

Es de esperar que sea un año fecundo y profundo en el conocimiento del santo un gran desconocido entre los valencianos, de quien mayoritariamente se sabe lo que no es verdad de él, que se fue de Valencia limpiándose el polvo de sus alpargatas. De sus tratados filosóficos, teológicos y del contenido de sus sermones poco o casi nada se sabe por el común del personal.

El tesoro de sus sermones es materia muy desconocida por el común de las gentes. De nuestro santo dominico apenas sabemos lo teatralizado infantilmente en encantadoras versiones de algunos de sus milagros y otros inventados, puras anécdotas. El resto de sus celebraciones, esporádicos recuerdos y algunas vanidades y postureos. La actual Junta Central Vicentina no da más de sí, está más que agotada y desarticulada. No recuerda, tal vez, las celebraciones de los grandes centenarios vicentinos organizados siempre esta ciudad y su Reino.

El 1 de febrero de 1456, año siguiente de la canonización del santo tuvo efecto la primera gran solemnidad consistente en una procesión general desde la Catedral al Convento de Santo Domingo -hoy Capitanía- en la que se portó la capa del santo, única reliquia que se tenía en Valencia de su ilustre hijo. Fue en esta ocasión cuando se acordó que cada cien años del de su canonización por el Papa Valenciano Calixto III se hiciera grandes fiestas.

Estos centenarios comenzaron en 1555, a pesar de las secuelas de la Guerra de las Germanías que aún coleaban por entonces. Se hizo una gran procesión con nutrida presencia de los gremios y oficios, no faltando siquiera del gremio de los esclavos negros.

Más barroca fue la procesión del segundo centenario, 1655, de la que hizo minuciosa y detallada crónica Marco Antonio Ortí. Esta fue impulsada por los Dominicos que movieron al Consell de la Ciutat y al Cabildo de la Catedral a la conmemoración. Al desfile se unieron todos, también las Rocas del Corpus. Hubo, fuegos artificiales, danzas, toros, desfiles militares, músicas, cabalgata, en andas fue portada la imagen en plata del santo en cuyo costado se contenía una costilla del santo. En las fachadas de iglesias y conventos fueron construidos hermosos altares efímeros.

En el tercer centenario, fueron suprimidos los toros, pero los demás actos fueron superiores en belleza y emotividad. Además de los religiosos, levantaron altares las corporaciones profesionales y civiles. Destacó el altar del palacio Valeriola. El gobierno de la ciudad premiaba los altares más artísticos. Fue en este año, 1755, cuando se hizo una naumaquia en el río Turia, que gozó de gran expectación y arruinó las arcas de la ciudad. El jesuita Tomás Serrano hizo una brillante descripción de la procesión-cabalgata de esta efeméride.

Así se llegó hasta 1955 donde hubo grandes festejos, en plena postguerra también, donde se festejó, a la par que se profundizó, la memoria del santo valenciano, efeméride que también tuvo su libro crónica y como eje el convento de santo Domingo que habitara nuestro célebre paisano.

Hoy la gran ciudad de los saraos y las cabalgatas le tienen dedicada al santo una diminuta plaza frente a la iglesia de santo Tomás, en la calle del Mar, y un monumento frente a Capitanía. Afortunadamente en los pueblos se conserva el recuerdo de san Vicente Ferrer con más cariño, curiosamente mayor en los de de las comarcas alicantinas y castellonenses. Ellos salvan el honor, la honra y la memoria.

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