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Alfons García03

De tasas y manis

Me pasa últimamente: oigo hablar de tasa turística, la mano se me va a la coronilla y empiezo a rascarme. Como cuando de niño me echaban la bronca y no sabía qué decir. Una voz de esas que más de una noche no te deja dormir me dice que son 40 millones de ingresos al año. Una pasta con la que construir algunos colegios y atender a gente que no duerme por razones de más enjundia. Otra voz salta y me cuenta que a ver si ahora va a ser progresista poner un impuesto que es igual para todos, sin mirar cuánto tienen o ganan. A ver si va a ser ahora la izquierda más izquierda la que promueva el turismo de calidad, o sea, de ricos, y penalice la democratización del turismo. Inasequible al desaliento, la otra voz, cada vez más morada, lanza que con la tasa se podrán mejorar las condiciones de las empleadas de hotel, que ciertamente dan pena. Acabáramos, para ese viaje no hacían tanta alforjas, con un pacto de rentas se soluciona, replica la otra, que ya habrán visto que tiende al sanchopancismo verbal.

Desvelado por completo, la conclusión que me queda es que si hay argumentos para todos los colores, la razón de Podemos para hacer tambalear un presupuesto de 20.000 millones por un ingreso de 40 ha de ser de estrategia política, de exhibir que Podemos no es lo mismo que el Consell, que no lo es. Si es cuestión táctica, la situación se acabará reconduciendo, pero es indicio de que la política valenciana fluctuará en este tira y afloja los próximos meses dada la naturaleza híbrida del acuerdo de Podemos con PSPV y Compromís. Estar y no estar (en el gobierno) solo puede acabar en lo que es: una contradicción.

Como tengo que pegar ojo, dejo para otra ocasión el fondo de la cuestión: la relación de la izquierda con la empresa. Puig sostiene que es socialdemócrata apoyar a la empresa limpia (creo que quiere decir verde y no contaminada por la corrupción) y el Consell ha demostrado que la patronal puede sentirse cómoda con ellos. El meollo está, me parece, en si se asume la economía de mercado como él único contexto posible o como un tránsito hacia otras experiencias. No todos en el Botànic da la impresión de que lo ven igual.

Con estas cavilaciones y sin dejar de rascarme la cabeza llegué a la manifestación por «una financiación justa». ¿Quién decide qué es justo?, voy preguntándome cuando me junto con un amigo, irremediablemente cáustico, que en el bolsillo de la chaqueta lleva una nariz de payaso. Por si los de À Punt, que ya se dejan ver, le preguntan como miembro de la sociedad civil, dice.

Hubo mucha gente, pero la manifestación no fue un sindiós. Si la organización, que preveía 50.000 personas, habla de 60.000, ya se puede intuir que la cosa fue bien pero no para lanzar las campanas al vuelo con adjetivos altisonantes. Se caminaba sin apreturas y en un pacífico silencio que a veces sorprendía. Tiene que ver quizá con la audiencia, mayoritariamente mayor. Posiblemente haya algo de autoculpa, porque en los últimos 20 años no hemos sabido dejar a los más jóvenes un autogobierno mejor, aunque de lo que se consiga a partir de lo iniciado el sábado serán beneficiarios principales ellos, los ausentes, que supongo que tampoco fueron en masa porque el joven es por naturaleza radical y eso de una protesta que no quiere ir contra nadie (a ver si la acusan de independentista) no suena demasiado atractivo.

En esas estaba, cuando puse la tele al llegar a casa y no encontré rastro de la manifestación valenciana en los noticiarios nacionales nocturnos. Aunque la cosa mejoró algo televisivamente ayer, quizá me he dejado alguna cadena por ver, pienso, mientras la mano se me va ya a la coronilla y me digo que a la próxima iré también con nariz de payaso.

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