Semana larga de congresos. Primero, sobre un pasado que no lo es: la República de Weimar. Segundo, en el otro pico de España, en Málaga, organizado por la Fundación Santillana con un rótulo rotundo: Festival de Filosofía. Su tema: un futuro que tampoco lo es. En ambos, pues, se habló de nuestro presente. La ironía de Basilio Baltasar, su creador, imaginó el programa como si fuera un combate de boxeo. Yo fui llamado peso pesado peleando sobre populismo con Arias Maldonado, que se ha hecho famoso por su libro sobre las emociones políticas. Todo era una metáfora, una forma de generar distancias y provocar ese escepticismo elemental, la actitud más importante en la actualidad. No creer que ya se está en la verdad desde la casilla de salida. Asumir que solo tras un largo combate se llega a algo que llevarse a la boca, quizá sea la actitud que necesitamos. Eso puede hacernos desconfiar del sencillo hecho de que la verdad no se alcanza con un twitt.

Aunque el programa anunciaba que todas las discusiones tendrían lugar en los antros de la ciudad, no era del todo verdad. Todavía la filosofía no está en las catacumbas, al menos en Málaga. Todo estaba organizado por La Térmica, una institución cultural que se parece mucho a la vieja Beneficencia de València, pero que a diferencia de ésta ha sabido mantener y acrecentar su prestigio entre un público fiel. Málaga es una ciudad con gran equipamiento museístico, pero no se ha dejado llevar por la hegemónica cultura de la imagen hasta eliminar todo lo que tenga que ver con la filosofía. La Térmica tiene en ella un lugar preferido. De todos los colores y orientaciones, desde la historia intelectual hasta el psicoanálisis. Siempre que he ido a sus amplios salones, estaban llenos.

Y eso mismo sucedió en esta ocasión. Hubo mucha gente que se quedó fuera y en otras ocasiones se tuvo que buscar salones más amplios, para que la gente pudiera escuchar. Así sucedió en todos los actos de este Festival de Filosofía dedicado a un complejo nudo de cuestiones, desde el populismo, que era nuestro tema, hasta las nuevas corrientes en la filosofía de la ciencia, en feminismo, en nacionalismo y globalización, en las poéticas contemporáneas. Aquí se ha comprobado que hay un gran interés por pensar nuestra época, y que se abre paso la conciencia de que con las herramientas actuales no saldremos al futuro. Repetir por enésima vez viejos iconos apenas servirá para alentar la melancolía.

Si nos preguntamos qué ha producido ese pequeño milagro en Málaga, creo que se puede responder que la ciudad mediterránea tiene conciencia de que es una gran ciudad y desea acceder a las intervenciones culturales que ello implica. Esa conciencia inclina a la cooperación entre todas las instituciones culturales: la universidad, la prensa (con La Opinión a la cabeza), los museos, la radio y, cómo no, La Térmica. Nadie da la espalda y eso hace que nadie se quiera quedar fuera. Y justo por esa cooperación amplia, la organización está en condiciones de añadir instituciones nacionales e internacionales. Al final, lo que se mueve es tan imponente que sobrepasa el mundo partidista. Sea cual sea el gobierno político de la ciudad y de la diputación, se respeta este dispositivo de cooperación. Nadie quiere ir contra tantos actores relevantes a la vez.

Por supuesto, las actividades grabadas y proyectadas en streaming multiplicarán las visitas, publicitadas por las redes sociales. Este hecho permite mostrar el carácter complementario de los medios de comunicación. Estos reflejan la realidad. Lo peor de twitter y otros medios no es que reduzcan la capacidad del pensamiento complejo. Estos medios reflejan lo que hay. Lo peor es que fuera de ellos, nadie genera espacios adecuados para la reflexión y la deliberación. Muchos de los que se quejan de las consecuencias del monopolio de las redes, no hacen nada para disputarles ese monopolio expresivo a esos medios súper simplificados. Sin instituciones alternativas, la brutalidad se adueñará de nuestras mentes. Pero ¿por qué nadie piensa en crearlas?

Málaga muestra que es posible hacerlo y la ciudadanía las agradece. Y muestra algo más: que las hace parte de la vida cotidiana. Alguien que tiene como hábito exponerse a una discusión compleja, recibe una gran cantidad de beneficios. Ante todo, abre la mente ante las nuevas ideas y se replantea los esquemas que trae de casa. Por supuesto, este hábito nos hace más receptivos a los elementos de alteridad que se cruzan en nuestra vida y nos inclinan a examinar lo que el otro pueda llevar de razón. La consecuencia es directa. Nos convertimos en seres menos inclinados a la autoafirmación pulsional de nuestros puntos de vista. Las actitudes de desprecio, simplificación, dogmatismo, violencia argumental, que están en la base de las conductas de odio, machismo y prepotencia, pueden tener más difícil su germinación.

Y este es el problema. Nos quejamos de todas las consecuencias de habitar un mundo brutal, incapaz de hacerse cargo de la inevitable pluralidad de opiniones propias de una condición democrática, y del valor relativo de los diferentes puntos de vista, pero nos empeñamos en eliminar todas las instituciones que deben su origen a la comprensión de que se necesitan importantes recursos mentales si se quiere manejar la situación de complejidad que es inevitable para la condición humana moderna. En suma: no nos damos cuenta de que la complejidad de lo humano requiere dispositivos mentales a la altura de esa condición.

La filosofía emergió en el mundo en crisis de las ciudades jonias, en la costa de la actual Turquía, cuando estallaron los paradigmas de autoridad tradicionales, que se habían mantenido en pie desde Homero. Fue entonces cuando la pluralidad de las opiniones, la diferencia de los puntos de vista, las expectativas frustradas de los diferentes colectivos, el escepticismo frente a lo antiguo y la duda frente a lo nuevo, toda esa ingente complejidad, llevó a los seres humanos a examinar las diferentes salidas que se abrían ante ellos. La filosofía fue un intento de definir un futuro deseable cuando éste no era seguro ni fácil. Por supuesto que mucha gente respondió ante los acuciantes problemas con nuevas religiones y ritos, pero la conquista de la libertad y la creación de instituciones filosóficas impidió que esas opciones ganaran sin más la partida.

De la misma manera, en la presente situación muchos ciudadanos echan manos de dogmas, ocurrencias, opiniones peregrinas y expresiones propias de la brutalidad incontrolada. Debemos compensar estas inclinaciones elementales con instituciones que permitan la evaluación serena de distintos planteamientos, de tal manera que incorporemos algún momento escéptico respecto de nuestras creencias más firmes. Hemos de tener en cuenta que esta actitud de partida, que es la desconfianza de nuestras propias herramientas mentales, es la única manera de no herir a los demás en el trato cotidiano. Por supuesto que la inmensa mayoría de las veces ese momento escéptico no nos llevará sino a reconquistar un punto de vista que podamos llamar nuestro. Pero eso sólo sucederá si mantenemos ese momento en el que rumiamos las conversaciones y sus ecos, ya en soledad. Aunque solo sea como hábito de escucha, la filosofía llevará a la reducción de enfrentamiento.

Aquella crisis que vio nacer la filosofía también produjo una innovación para reducir la complejidad producida por el estallido de los puntos de vista. Fue la democracia. Lo que no tiene sentido es que nosotros queramos mantener este destino democrático sin las instituciones que la ayudaron a nacer. Una de ellas fue la filosofía. No debemos tener dudas. Una no sobrevivirá a la otra. La Térmica de Málaga es un ejemplo de que eso todavía lo saben muchos ciudadanos. Y que están dispuestos a luchar por las dos instituciones a la vez. Con toda ironía, a puñetazo limpio.