Se discutía si llevar o no banderas al acto unitario por una financiación más justa, cuando Isabel Bonig soltó aquello de que «con Podemos y Compromís seremos Cataluña en veinte años». Eso si llueve, que si no llueve Cataluña y el País Valenciano serán sendas delegaciones del Sáhara ("¡Salam malecum!"). No sé si en veinte años me convertiré antes en vejestorio que en catalán, pero quizás Bonig ha descubierto un catalizador que acelera el proceso de transformación. ¿Y si sale mal y me quedo en borrianenc, que está un poco más al norte de Sueca, pero no mucho?
Hay tantos contrasentidos en la administración local (incluida la autonómica), que sólo faltaba la señora Bonig de vigía y voceadora de los riesgos para nuestra identidad. De momento, el empleo o no de caganers en el belén quedará al arbitrio de cada usuario. Me he informado y parece que Bonig es un apellido provenzal y que el fundador de la estipe, Arnaldo de Bonig, "contribuyó decisivamente a la conquista de Caudiel haciendo prisionero a su gobernador". Enhorabuena, pues. Pero a lo mejor la señora Bonig nos quiere hacer franceses. La Virgen del Pilar dice, y yo con ella, que no quiere ser francesa ¿Sería mejor o peor? Las posibilidad de metamorfosearnos produce una comprensible comezón, a Gregorio Samsa le salió fatal.
Resumir en cuatro palabras un programa es una cualidad del político profesional, sin duda, pero la señora Bonig a veces estira tanto su valor y sentido que las conexiones neuronales, repletas de jugosas sinapsis, que sin duda posee, parecen un juego de poleas. Por cierto que, volviendo al tema del principio, soy partidario, ahora y siempre, de llevar el máximo de banderas a toda manifestación. Primero porque favorecen nuestra industria textil. Segundo porque aportan color. Tercero y principal porque la manifestación es la forma elefantina de la libertad de conciencia y las banderas al viento el agitar de orejas de la manada. Me conformo con que no me aticen con el asta de la bandera y con que no me viole la manada.
