Hace ya tiempo que ando insistiendo en que se les da demasiada importancia a los políticos en los medios de comunicación, y que no se correponde con el poder real que tienen ni, en general, con su calidad profesional. Continuamente los líderes nos ofrecen muestras de la inmensa distancia entre sus palabras -siempre prometedoras- y los hechos, tan escasos y hasta contradictorios que luego se cosechan. El procés es un gran ejemplo: vendían una república catalana cercana al paraíso; desde la más rotunda de las convicciones verbales, Carmen Forcadell aseveraba que no darían "ni un paso atrás", y ahora resulta que dice que fue una declaración simbólica. Que se lo digan a los cientos de catalanes magullados que, creyentes, defendieron las urnas del referéndum independentista.

Pero tenemos frutos parecidos en el resto del territorio español. Los que han dilapidado la rica herencia del 15M, diciendo que podían cuando realmente no pueden, los que iban a «empoderar a la gente» y responder a la voluntad de sus círculos, y ahora muestran un estricto poder piramidal donde el que se mueve algo de la ortodoxia es inmediatamente relegado o expulsado de sus filas. O los socialistas, a quienes se les olvida de vez en cuando que todavía tienen bases que pueden discrepar del aparato y cambiar el líder previsto; y, por supuesto, el partido en el Gobierno, los maestros de la posverdad, que han comprobado que el tener en su partido una especie de «asociación de malhechores», según rezaba el escrito de un juez, no les impide seguir disponiendo de la confianza más que ciega, blindada, de su electorado.

A todos estos les llamo yo vendedores de humo. Eso sí, humo bonito de diferentes colores: azul, rojo y morado, pero humo al fin y al cabo, que se disuelve en el mismo viento que se lleva sus palabras. Pero, para ser justos, también hay que reconocer que no lo tienen fácil con una economía endeudada, con los sectores productivos en manos privadas, con una legislación que impide cualquier medida demasiado atrevida de protección social en relación a las hipotecas, al derecho de la vivienda o a la tierra; o a bienes básicos como la energía, desde hace mucho en manos de multinacionales.

Hay mejores políticos, pero nos les dejan demasiado poder. Por ejemplo, Josep Borrell, inteligente y buen orador, a quien el aparato nunca le permitió liderar el partido. O Alberto Garzón, de quien una buena amiga que le conoce dice que sería el perfecto yerno para cualquier madre -de izquierdas, se entiende. Gente más ética, más competente, que no encaja en el tipo de política que nos gobierna. Una política gaseosa, tan falta de solidez y de verdad.