Primero fue Halloween, ahora la estupidez del Black Friday. ¿Terminaremos también comiendo todos pavo en Thanksgiving en homenaje a la colonización inglesa de Norteamérica?

Se habla del inglés como la nueva lengua franca, pero hay una diferencia: el latín sirvió para la difusión de los conocimientos en una Europa donde aún no se habían consolidado los Estados y el saber estaba sobre todo en los monasterios.

El inglés es ciertamente hoy el idioma más utilizado, uno diría que se ha convertido en imprescindible en la difusión científica, pero sirve también a otro objetivo menos noble como es la imposición de un modo de vida, de un modelo de sociedad.

Un modo de vida profundamente individualista, consumista y en definitiva egoísta, disfrazado de libertad de elección, que sus ideólogos presentan siempre como el bien supremo.

Nuestros liberales a la violeta llevan tiempo impulsando el bilingüismo en las escuelas tanto privadas como públicas, pero "bilingüismo" es para ellos enseñanza únicamente en inglés, el idioma que abrirá a quien lo hable todas las puertas.

El filósofo y economista belga Philippe Van Parijs, que no es, sin embargo, uno de esos liberales, defiende a su vez el inglés desde otro punto de vista: el de la justicia.

En su libro "Justicia para Europa y el Mundo", editado por la Universidad de Oxford, Van Parijs sostiene que sólo si todos hablan inglés, podrán garantizarse una justicia cooperativa y distributiva además del respeto del individuo.

Cuando se garantice a todos la enseñanza del inglés, podrán participar en igualdad de condiciones en las decisiones políticas y defender en ese idioma sus intereses y sus derechos.

Para Van Parijs, la actual igualdad puramente simbólica entre las diversas lenguas europeas tiene un alcance cada vez más limitado ante el dominio casi absoluto del inglés en todas las instituciones.

Van Parijs parece querer limitar el uso de otras lenguas casi al propio territorio, como ocurre por cierto con el flamenco, en su Bélgica natal. La desaparición progresiva de las lenguas minoritarias le parece un fenómeno natural e inevitable a ese darwinista lingüístico.

De la opinión opuesta es el profesor alemán de románicas Jürgen Trabant, quien rompe una lanza por la diversidad lingüística europea y contra el dominio creciente, hasta convertirse en absoluto, del "inglés global", que él llama "globalesich".

Trabant critica en su libro "Globalesisch oder Was", ed. C.H. Beck, la confusión entre "bilingüismo" y la enseñanza sólo del inglés, y éste, decimos nosotros, no sólo como segundo idioma sino como lengua vehicular.

Porque cada lengua es un instrumento cognitivo para entender el mundo, fruto de la experiencia de un sinnúmero de generaciones, una particular e intransferible visión del mundo cuya pérdida nos hará más pobres a todos.

De ahí que igual que nos lamentamos de la desaparición de tantas especies de insectos, de animales o de plantas, deberíamos preocuparnos también de la de pérdida de cualquiera de las lenguas que hoy se hablan en el mundo y que se calcula que son más de seis mil.

Por lo que se refiere a las que nos tocan más de cerca, las reconocidas como oficiales en las instituciones europeas, Trabant ha calculado que el servicio de traducción a todas ellas nos cuesta a cada europeo dos euros y 28 céntimos.

¿No vale la pena cuidar esa riqueza? Algo que muchas veces no parecen hacer en Bruselas y otras capitales unos políticos que tanto presumen de patriotismo por los motivos equivocados.