Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crisis en Berlín, susto en Europa

Jean Pisany-Ferry es un economista francés que inspiró el programa europeo de Macron. En una reciente conferencia en Barcelona dijo que los planes para el euro habían tenido que esperar el resultado de las elecciones alemanas. Y estaban aún pendientes de las elecciones italianas del 2018. Pero el domingo las cosas se complicaron cuando en Berlín fracasaron, dos meses después de las elecciones, las negociaciones entre cuatro partidos -la CDU de Merkel y sus socios bávaros de la CSU, los liberales del FDP y los verdes- para formar gobierno. La retirada de los liberales de Christian Lindner fue un terremoto. Merkel, la hábil negociadora, había fracasado y por primera vez la estable y seria Alemania se enfrentaba a un dilema: gobierno en minoría de un partido (lo nunca visto) o algo peor: nuevas elecciones. Como pasó en España en 2016.

Todavía se puede evitar si el SPD rectifica su radical negativa a otra gran coalición, pero pase lo que pase, la sombra de inestabilidad en la próspera Alemania ya ha sacudido al país y asusta a Europa porque puede complicar los difíciles avances de la UE. Y eso justo cuando superada la crisis, la economía tira y el populismo perdía fuerza tras sus derrotas en Holanda y Francia.

¿Qué ha pasado? Alemania tiene un paro del 4 % y sus políticos son bien valorados por los electores. En las elecciones de septiembre el primer partido fue la CDU y el segundo el SPD, como en el 2013. Y los dos partidos podían repetir su gran coalición. Pero había grietas. Los dos partidos perdieron el 15 % de votos y 65 y 40 diputados respectivamente. El SPD pensó que la alianza con los democristianos le había perjudicado (pese a que los votos perdidos no fueron a su izquierda) y anunció que no repetiría la gran coalición del 2013-2017, que gobernó también en el 2005- 2009. Querían renovarse en la oposición.

Pero la gran novedad fue la irrupción en el Bundestag de la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD), que empezó como partido antieuro y luego derivó a la antinmigración. La extrema derecha no había estado nunca en el Parlamento y fue la tercera fuerza con 90 diputados. Como los 69 postcomunistas tampoco cuentan, se reducían en un 20 % los diputados de la Cámara que podían votar un gobierno. Y sin el SPD, Merkel no podía recurrir ya a la experimentada alianza con los liberales, sino que necesitaba sumar también a los verdes. Sería laborioso. Pero los liberales, que en la pasada legislatura (2013-2017) no estuvieron en el parlamento al no alcanzar el 5 % de los votos, desconfían. Su líder cree que el fracaso en 2013 se debió a la coalición con Merkel, que capitalizó y robó parte de sus proyectos. Pero además, Lindner quiere posicionarse a la derecha y competir por el voto populista de la AfD. La coalición con los ecologistas le enervaba y apostó por romper las negociaciones.

Pero las razones de la crisis son más profundas. La economía alemana ha ido bien, pero el populismo creció explotando el temor de los electores a un posible aumento de los impuestos para sufragar las ayudas a los países del sur que muchos alemanes creen que gastan demasiado y sin control. Y luego el populismo aprovechó la reacción contraria de muchos alemanes a la entrada de un millón de refugiados en el 2015-2016 que hizo que muchos derechistas abjuraran de Merkel por «compasiva».

Y el populismo es la causa de fondo del fracaso en el intento de la nueva coalición. Los recelos ante Europa, el rechazo a la inmigración, el miedo al terrorismo y la exigencia de menos impuestos eran banderas de los liberales, tentados por competir con los populistas, que Merkel podía trampear. Pero generaron un gran foso entre los liberales (y el sector más derechista de la CDU) y los ecologistas. Por eso en Berlín se bordea una inestabilidad que puede tener efectos negativos mas allá de sus fronteras ya que Alemania es el ancla política y económica de Europa.

Rajoy con la patronal catalana

Quizás es bueno que el primer comentario de esta sección no sea -por primera vez desde hace semanas- el conflicto catalán.

Pero sigue ahí. Rajoy ha afrontado esta semana -por primera vez desde que con el 155 destituyó al gobierno catalán- su primer viaje a Barcelona. Lo hizo el miércoles para presidir la concesión anual de los premios que otorga Foment, la patronal catalana. Y lanzó mensajes contemporizadores para el empresariado. Así alabó las figuras de Carles Ferrer Salat y Juan Antonio Samaranch, dos burgueses catalanes que apostaron por proyectos a la vez catalanes y españoles con éxitos como la creación de la CEOE y los Juegos Olímpicos del 92. También afirmó que el 155 sólo quería acabar con la ilegalidad y la inestabilidad y recuperar con rapidez el autogobierno catalán.

Señaló que recobrar la confianza era lo esencial y pidió que no marcharan más empresas porque la democracia española había superado un desafío. José Luis Bonet, presidente de Freixenet, de la Fira de Barcelona y de la Cámara de España, dijo al día siguiente que Freixenet no había trasladado su sede porque el 155 había tranquilizado algo, aunque no ocultó que todo se volvería a complicar si los resultados del 21D no son buenos. Por último, aseguró que tras las elecciones dialogaría con el gobierno catalán que saliera pero que seguiría exigiendo el respeto a la ley y la Constitución. Los empresarios congregados por Joaquín Gay de Montellá, presidente de Foment, aplaudieron. Sin entusiasmo pero con alivio. Las cosas no iban a peor. Y se notó el gesto de Rajoy de detenerse para saludar a Santi Vila, el conseller de Puigdemont que intentó una negociación final y que dimitió antes de la declaración de independencia.

Y Cataluña ha visto esta semana otras tres cosas. Primera, una cierta normalización ya que los partidos se han lanzado a la campaña electoral. Los independentistas hablan de abandonar la unilateralidad y pasar a la bilateralidad, a negociar con España y con Europa. ¿Negociar la independencia? Ya saben el resultado. ¿Convertirla en objetivo irrenunciable, pero a plazo indeterminado? Veremos. Segunda, el fracaso en la pretensión de que Barcelona fuera la sede la Agencia Europea del Medicamento. Es una prueba de que la inestabilidad tiene costes. Por último, que Euskadi ha conseguido la aprobación en el Congreso de un favorable cupo vasco para cinco años. La pregunta inmediata es si la vía tranquila de Urkullu y del PNV, que sabe esperar coyunturas favorables, es más rentable que la agitación y el todo o nada del nacionalismo catalán, convertido al independentismo, de los últimos años. La cuenta de pérdidas y ganancias del separatismo es cada día menos favorable, pero el resultado de las elecciones del 21D es muy incierto.

Compartir el artículo

stats