La estabilidad atmosférica ha vuelto a desenmascar esta semana los efectos nocivos para la salud de las emisiones generadas por el tráfico -a su vez, responsables del calentamiento global- y también por prácticas agrícolas como la quema de la paja del arroz en el Parque Natural de la Albufera de Valencia. La persistencia del anticiclón, que implica ausencia de viento y lluvias, ha obligado al Ayuntamiento de Madrid a aplicar de nuevo medidas de restricción de vehículos en el centro de la ciudad, como también de reducción de los límites de velocidad en la M-30 con el fin de descender los niveles de dióxido de nitrógeno (NO2) en el ambiente. El humo procedente de los restos de arrozales de al Albufera, cargados de pequeñas partículas en suspensión (PM10) que provocan problemas respiratorios, ha disparado el protocolo de protección de la salud de la ciudadanía en València. En este caso, el origen del problema no es la circulación, sino el uso del fuego para destruir los restos de los arrozales, paradójicamente autorizado -un año más y de forma excepcional- por la Conselleria de Agricultura, Medio ambiente, Cambio Climático y Desarrollo rural, a pesar de contravenir normativas tan importantes como la directiva europea sobre calidad del aire y la atmósfera de 2008. De hecho, el alcalde, Joan Ribó, ha exigido a la Generalitat que ponga en marcha las medidas adecuadas para controlar esta vía de polución, polémica desde hace décadas, que también fue muy destacada durante el maratón celebrado el pasado domingo.