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Matías Vallés

La cobardía del independentismo

A España le costará recuperarse del encarcelamiento de políticos democráticamente elegidos, pero la prisión injusta ha demostrado la debilidad de la fe predicada por los secesionistas

Toda causa política es razonable si triunfa. La independencia de Cataluña nunca fue posible en las coordenadas trazadas por el último Govern hoy en la diáspora, se convirtió en absurda con la salida de los grandes bancos, y bordea la farsa con imputados que reniegan de sus creencias para liberarse de una cárcel ineludible en procesos secesionistas no pactados.

Siempre grandilocuente, Churchill predicaba que el coraje no es solo una virtud, sino que es la principal de las cualidades políticas y la generadora de todas las demás. A partir de este axioma, a España le costará recuperarse del encarcelamiento de políticos democráticamente elegidos, pero la prisión injusta también ha demostrado la debilidad de la fe predicada por los secesionistas catalanes.

El primer contraargumento al chasco de la abjuración masiva de los promotores de la independencia es la estabilidad del marcador electoral, que no castiga a quienes se retractan y muestran ahora respeto a la Constitución en su artículo 155. Sin el seísmo de octubre, se concluiría que la paz sigue reinando en el oasis catalán. Sin embargo, la tozudez separatista de las encuestas previas al 21D no demuestra la confianza renovada de los votantes en sus frágiles líderes, sino en su causa independentista. El cacareado proceso siempre fue un movimiento torrencial, a falta de medir el volumen real de sus apoyos. Por ejemplo, Artur Mas como jefe de una rebelión callejera suena a broma. Se dejó arrastrar.

Antes de llegar a la presidencia, John Kennedy había ganado el premio Pulitzer por un libro sobre sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial, más bien sobrevalorado y titulado Perfiles de coraje. La sarcástica Eleanor Roosevelt, que nunca fue adepta a JFK, sugirió con sorna que al autor le faltaba "más coraje y menos ponerse de perfil". Probablemente se trate de la única frase aplicable simultáneamente a Rajoy y a Kennedy. Ahora sirve también para Oriol Junqueras, que ejecuta filigranas silogísticas para retractarse sin perder la dignidad exigible a un cabeza de lista por la independencia. De haber aceptado con resignación su prisión preventiva, descargando el despropósito sobre el Gobierno, hubiera salido de la celda como presidente de la Generalitat. La opción por la libertad a toda costa debilita su posición en los debates.

En los foros independentistas, se ha comparado a Forcadell y Junqueras con Galileo, una equiparación megalómana que conviene obviar con urgencia. Desde la modestia, se utiliza también la imagen de una persona que se proclama seguidora del Islam radical, cuando un fanático de Isis le pone un cuchillo al cuello con la amenaza de degollarle. Sin embargo, existe una diferencia sustancial entre el viandante que reniega de sus creencias si un atracador le apunta con una pistola, y el soldado alistado en una causa que le vuelve la espalda a sus compañeros de batalla cuando vienen mal dadas. En el primer caso se habla de reacción lógica. En el segundo, el pacto previo obliga a abordar la cobardía y traición frente al enemigo.

La cobardía resplandeciente de los independentistas se debe a que la prisión no era una sorpresa. Todas las entrevistas a líderes del procés cursaban con el inevitable "¿tiene usted miedo a acabar en la cárcel?" Los centenares de respuestas a esta pregunta demuestran que los líderes secesionistas habían contemplado dicha hipótesis, que estaban preparados para afrontarla y que en ningún caso iba a apartarles de su camino.

Es decir, introdujeron el encierro como elemento de cálculo. Por tanto, han mentido a sus millones de seguidores y votantes. En realidad, emplearon como escudos humanos a los militantes. Se sentían protegidos por las personas a las que estaban engañando, y que aún así han tenido la decencia de manifestarse masivamente para reclamar su salida de la cárcel. En las declaraciones que han logrado difundir urbi et orbi, los dirigentes independentistas se reclamaban herederos de Gandhi, Mandela, Hável o Aung San Suu Kyi. Todos ellos pagaron un elevado precio, medido en las restricciones a su libertad. Si Puigdemont, Junqueras y compañía pretendían eludir la contraprestación, agravan su cobardía con la ingenuidad intolerable en un político.

Descartada la tortura, aunque Bush no diría lo mismo, la cárcel es el tope de indignidad que puede infligirse a un rival político. Los próceres independentistas deberían deteminar el umbral mínimo del sacrificio que estaban dispuestos a asumir, y en el que también han sido superados por sus seguidores.

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