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¿El fútbol también expresa el carácter nacional?

Giorgio Chiellini es el defensa central futbolístico de la escuadra nacional de Italia. Reconocido jugador por sus cualidades como muro infranqueable, pertenece a la estirpe de los grandes defensas que el balompié italiano ha dado a lo largo de su historia. Dos días antes del cataclismo que supuso para el país transalpino su eliminación para el Mundial que se jugará en Rusia este verano, Chiellini hizo unas declaraciones explosivas, culpando a Josep Guardiola de los males que aquejan a la selección de su país, conocida por su camiseta de color azzurro.

Para Chiellini, Italia había abandonado su estilo clásico, basado en grandes defensas, el llamado catenaccio, en el que han sido maestros. Italia, a veces sin jugar demasiado bien, ha ganado hasta cuatro títulos mundiales -incluyendo el mítico de España 82, cuando el Naranjito- y alcanzado otros dos subcampeonatos, presumiendo de un palmarés extraordinario, hasta hace un par de semanas, cuando quedó fuera del campeonato por primera vez desde 1958. Para Chiellini, ha sido Guardiola quien ha envenenado a los técnicos y jugadores italianos al inventar el tiqui-taca español, un fútbol de control y pases cortos que obliga al rival a ir detrás de la pelota sin ton ni son y acumulando mucho cansancio. Italia abandonó el catenaccio por el tiqui-taca y se ha hundido.

Los comentarios de Chiellini tienen mucha miga -no es un pobre chico pisano, sino un treintañero con estudios superiores- al dejar entrever que existen formas de jugar al fútbol que se acomodan más al carácter de los pueblos. Lo cual es cierto a pesar de que la globalización y la multiculturalidad se esté abriendo paso con rapidez en las ligas más importantes de Europa -y también de EE UU, Catar y hasta China- Lo paradójico del comentario es que haya sido Guardiola, un independentista público y confeso, a quien se le atribuye el éxito del fútbol español tras sus triunfos en el Barcelona, simultáneos a las victorias de España en el Mundial de Sudáfrica y en dos Eurocopas. De hecho, el llamado tiqui-taca fue ideado por el holandés Johan Cruyff, pero sus lecciones tuvieron en Guardiola a un evangelizador atento.

La misma opinión respecto a la relación entre carácter nacional y estilo de juego futbolístico tienen en Brasil, el país que vive con más pasión y sentimiento este deporte. Un biopic sobre Pelé sostiene que los brasileños mezclaron la samba con la capoeira para dar lugar al ginga, un fútbol casi malabar, conocido como jogo bonito, cuya renuncia provocó la derrota de Brasil en el campeonato que se celebró en su país en 1950, estilo que rescataría Pelé ocho años después para llevar a los brasileños al éxtasis mundialista.

Es posible, por tanto, llevar a cabo un cierto examen de psicología social aplicado al fútbol porque, efectivamente, los italianos son maestros en la contención defensiva y los brasileños en el regate imaginativo. Los ingleses han sido bravos e incansables en el balompié, los alemanes muy fuertes en lo físico y maquinales con la táctica, los franceses refinados hasta la aparición de sus jugadores coloniales que transformaron su fútbol hacia lo muscular. ¿Y España, qué, cuál ha sido su carácter balompédico? Pues prácticamente ninguno. Durante el franquismo se propuso un fútbol racial de escasa relevancia y nuestros clubes tuvieron que echar mano de estrellas extranjeras para brillar.

Por lo que parece, España entró en la modernidad de la práctica deportiva sin carácter propio. Una idea parecida a la que sostiene el historiador Álvarez Junco en su libro Mater dolorosa, de que España carece de relato, de una construcción mental capaz de ser asumida por una mayoría sustancial de la población. Es curioso, pero otro jugador, el sevillano Sergio Ramos, capitán del Real Madrid, el gran antagonista y sin embargo amigo de Gerard Piqué, declaraba echar en falta una letra para el himno español -la de Pemán ya no vale. Ramos, cuando juega con España, escucha el himno con un gesto solemne rayano en lo místico, mira al cielo crepuscular y, a lo que se ve, siente envidia de los versos de La marsellesa o del Dios salve a la Reina. Piqué, en cambio, se envolvía con la estelada hasta que se enamoró de la artista latina Shakira.

Queda claro que el fútbol ayuda lo suyo a la construcción de la nación y que es fiel reflejo del carácter de los pueblos. Hoy, no es casualidad, en el viejo estadio de Mestalla -que ojalá siga siéndolo por muchos años- hay un partido de fútbol de los grandes. El Valencia recibe al Barcelona. Los catalanes aportarán la elegancia de algunos de sus futbolistas naturales -el citado Piqué, Busquets€- y exhibirán la prepotencia de talonario que también les ha caracterizado desde los tiempos de Kubala. Enfrente, el Valencia, un equipo que siempre fue aguerrido, orgulloso y con valencianos de fulgor creativo: Claramunt, Arias, Fernando, ahora Carlos Soler.

La gran diferencia esta noche es que València tiene himno, con música wagneriana y letra de aliento poético y de hermandad, mientras que el que esbozan los catalanes posee algo de marcha fúnebre sincopada, victimista y un punto sanguinolienta. Como nuestras estrofas arrancan con el «per a ofrenar noves glòries a Espanya», no les gusta a los nacionalistas y a quienes leen en ello una sumisión. A mi me pone la piel de gallina, creo que propone un proyecto pacífico y común entre españoles. Falta nos hace.

Espero que ganemos para que se lo puedan dedicar al bonico de Jaume Ortí. Y también reivindicamos una mejor financiación, porque lo cortés no quita lo valiente.

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