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Aire de ciudad

La calidad del aire de València se ha puesto de moda. Incluso me han incluido en un grupo de wasap -VLC per l´aire- donde se habla del óxido nitroso, de cómo recoger muestras de escoria plúmbea o azufrada y otras guarrerías. La primera ley ambiental del mundo moderno, trataba de esta materia: la Air Clean Act. Sin embargo, si siguen las notas que ayuntamiento y arroceros emiten acerca del emputecimiento del aire capitalino, verán que parecen del PP: se echan la culpa unos a otros, el lector no se aclara y, al final, se consigue el efecto que tal vez buscaban los emisores, la confusión. El Parque Central -un plan urbanístico con el nombre deliberadamente equivocado- agravará las cosas. Ya en tiempos de Josep Borrell (ministerio) y Rita Barberá (alcaldía) no hubo acuerdo sobre quién haría negocio en Central Park, me cuenta un veterano de la información económica.

Todo es más simple: la quema de la paja de arroz debe haber aportado lo suyo, junto a los malos humos habituales generados por el tráfico loco de la ciudad y comarca, más la espantosa sequía, las largas calmas y el metano que se expele en la fase final de la digestión. Somos muchos y los guiris son, sencillamente, inacabables. Al final, quince mil científicos de todo el mundo se han reunido para deplorar la ausencia de medidas de contención del calentamiento global. ¡Quince mil científicos! No sabía que hubiera tantos, más que escritores en Sueca. El caso es que, de joven, yo era muy apocalíptico, como el pare sant Vicent, pero por motivos pecaminosos: por amor a la intensidad sensorial. Ahora mi ánimo es como la mar recogida frente al poniente.

No sería ninguna gran tragedia la desaparición del género humano, la verdad. Hubo otros cielos y dioses, otros mundos. El Ramayana no es un relato mitológico, sino pura literatura costumbrista. Así que sin nosotros, la naturaleza se las arreglará muy bien. Y como decía Joan Fuster con cautela: «Sempre en queden». Si aspiramos a quedar, aunque sea un poco, mejor dejarse el coche en casa y tratarlo como la cocaína: los fines de semana ya es demasiado.

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