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Carta de un pusilánime

Estos días se termina de juzgar a los candorosos miembros de la manada, valientes chavalotes de pelo en pecho a los que San Fermín tendría que excomulgar. Siguen apareciendo casos de acoso sexual en EE UU (el último, la actriz Uma Thurman). Victoria´s Secrets -con la anuencia de todos los medios de comunicación- hace en Shangái su pase anual de modelitos de lencería, convertidas en pavos reales hipersexuadas y más irreales que nunca. El viernes, una mujer fue asesinada en Vinaròs por su expareja.

Todas las semanas hay noticias que te hacen ver que el mundo perfecto, lo que se dice perfecto, no es. Que todos los esfuerzos son pocos y que hay que seguir insistiendo en todos los ámbitos para que la igualdad de género sea una realidad completa. Pero no podemos caer en el desánimo un poco demagógico de decir que vamos hacia atrás. No solo hay que ver dónde se está, sino reconocer de dónde se viene, para ver el camino recorrido. Tengo un amigo (de mi mismo nombre, edad y número de canas, mira tú por dónde...) que escucha análisis, lee opiniones o participa en conversaciones sobre la situación de la mujer en España, donde se dibujan unos panoramas tan negativos que no se reconoce en ellos. Mi amigo cree que, visto con cierta perspectiva, el salto dado por las mujeres españolas en los últimos veinte años -no digamos ya si analizamos más tiempo- es impresionante, desde todo punto de vista. En primer lugar y a mucha distancia, gracias a ellas. Y en segundo, gracias también a muchos hombres que creen en esa igualdad (y que no solo lo dicen de cara a la galería, sino que lo hacen con hechos concretos y cotidianos), la apoyan y actúan en consecuencia.

Hoy, en España, las mujeres están en todos los órdenes de la sociedad: las hay que dirigen programas estrellas de la radio nacional; tenemos vicepresidentas de gobierno, alcaldesas, presidentas de comunidades autónomas; directoras de periódico, rectoras de universidad, consejeras delegadas de bancos internacionales; chicas de baloncesto españolas que juegan en la WNBA; atletas femeninas de primer nivel que consiguen medallas de oro olímpicas; investigadoras que pueden conseguir un Nobel; también existen tertulianas tan vocingleras o más que Eduardo Inda, presentadoras de televisión tan malas como Jorge Javier Vázquez y columnistas tan inanes como Fernando Sánchez Dragó.

El pasado miércoles comenzó la temporada de Tabú (en Movistar), de Jon Sistiaga, dedicado a la situación del machismo en este país. El programa trató de reflejar diversidad en los puntos de vista ofrecidos, pero en alguno erró claramente el tiro: no creo que sea muy representativa de la realidad la opinión de una mujer que se declaraba prostituta por libre elección, a la vez que ferviente feminista. Sí creo, en cambio, que hay bastantes mujeres (no sé cuántas, prometo contarlas) que se pueden reconocer en lo que decía la cantante Bebe, nada sospechosa, cuando afirmaba que «el feminismo actual está salido de madre».

En el programa se daba un dato rotundo y esclarecedor, que sirve de alguna manera para situarnos: el 52 % de los jueces en España (o sea, en un trabajo bien remunerado, socialmente bien considerado y con una responsabilidad de primer orden) son mujeres. «Llámame ingenuo -dice mi amigo- pero creo que este dato es mucho más importante que conseguir que el Consejo General del Poder Judicial esté presidido por una mujer». Si desde algún sitio se puede influir para que a las mujeres no se las discrimine y se las valore con criterios personales y profesionales independientemente de su sexo, no es mal sitio tener un ejército emboscado, preparado y mayoritario en la justicia. Paralelamente, las mujeres españolas también han metido la cabeza en sectores tan cerrados como las fuerzas armadas, el deporte de alta competición, o las direcciones generales de las empresas.

Lo que quiero decir (perdón: lo que mi amigo quiere decir) es que el machismo en España en las últimas dos décadas claramente ha rendido armas y dado varios pasos atrás irremisibles e irrevocables, y sin posibilidad de vuelta. Mi amigo (también aries, como yo), nacido en la segunda mitad de los sesenta, pertenece además a quizá la primera generación que miró de igual a igual a las mujeres: lo sabe desde el instituto, donde fueron siempre más listas y aplicadas; lo sabe desde la universidad, donde empezaron a ser mayoría en multitud de carreras; y lo sabe en el trabajo, donde son tan eficaces, productivas o ineptas como nosotros. Y aunque es verdad que faltan más mujeres en puestos/reuniones importantes, lo relevante (y el cambio de concepto fundamental que se ha operado en muchos hombres, y no a regañadientes sino por convicción) es que allá donde llegan (ya sea en el comité de dirección de una empresa, en un claustro de profesores o en el pleno de un ayuntamiento) no se las mira como una rara avis o una excepcionalidad femenina simpática (como podía pasar en los años ochenta o noventa), sino como a alguien que aporta tanto o más que un hombre (porque así ya lo hemos constatado en el instituto, en la universidad y en el trabajo). Las mujeres españolas ya están aquí con todas las de la ley y esto no lo para nada ni nadie, y menos perdonavidas masculinos busca de autor.

Por supuesto que esto es más fácil de ver en una ciudad abierta y grande como que en un pueblo de dos mil habitantes. Por supuesto que hay que atender los síntomas preocupantes del repunte del machismo entre los adolescentes. Por supuesto que hay que seguir incidiendo en la importancia de la actuación en la familia y el colegio para no bajar la guardia. Pero de ahí a decir que seguimos viviendo en una España permanentemente machista, sin solución ni arreglo en estos temas, y donde algunas veces se traslada la idea de que las cosas tan sólo han cambiado superficialmente, creo que va un mundo. Y es en esa visión en la que no se reconoce.

Mi amigo acaba pidiéndome el off the record, ya que teme posibles represalias (es, también, igual de cobardica que yo), y si puede aprovechar para enviar un beso y un abrazo a su hermana, a sus primas (qué importantes son las primas en la vida de uno, siempre), a sus amigas, a sus compañeras de trabajo, a su mujer, a su hija, a su madre, a sus tías y a sus cuñadas, y que les diga que seguirá discutiendo y contra-argumentando de estos temas con ellas, todos los años, qué remedio. No tengo otra que concederle ambos deseos, pues lo conozco desde hace mucho y siempre ha sido un pusilánime, un sensiblón y un poco llorica. Y así le va...

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