Curioso es el comportamiento climático de Norteamérica. Su sector oriental, una llanura tan solo interrumpida por los Apalaches, viene muy determinado por la latitud. A oriente del meridiano 100º O, se van sucediendo los climas ecuatoriales y tropicales de Méjico, las estepas semiáridas fronterizas (BSh) y el clima chino (Cfa, una especie de clima térmicamente mediterráneo pero sin estación seca), hasta los 40º de latitud norte. Hacia la costa los climas continentales (D, con medias mensuales por debajo de -3ºC) surgen más al norte, evidenciando el efecto suavizador sobre las temperaturas. Ese mismo efecto explica la ausencia en los litorales de la versión continental de ese clima chino (Dfa), sustituido por variedades más oceánicas (Dfb y Dfc). En los confines del continente y en el archipiélago canadiense, los climas polares (E). Para De Martonne, variedades húmedas y perhúmedas. Pero al oeste del meridiano, la geografía se torna más compleja y la respuesta climática deviene en caótica, especialmente al sur de los 50ºN. Elevados altiplanos quedan aislados de las influencias marinas por grandes elevaciones: Rocosas, Cascadas, Costeras, Sierra Nevada y las Sierras Madres. De los apenas tres climas en la parte oriental estadounidense, pasamos a las más de veinte en la occidental: tropicales, áridos, chinos, mediterráneos, oceánicos, continentales y hasta polares, determinados por la alta montaña. De Martonne, con sus seis índices, introduce cierta simplicidad. Un núcleo hiperárido en torno al Golfo de California (incluido Furnace Creek, el lugar con el récord térmico mundial), que se suaviza progresivamente hacia el norte y este y se torna húmedo en la Sierra Madre Occidental mejicana y hasta perhúmedo en las cordilleras yanquis.