Para William Shakespeare, la seguridad era el principal enemigo de los mortales. En cambio, el sabio de Baltimore, Henry L. Mencken, consideraba que la mayor parte de esos mortales prefiere la seguridad a la libertad. En el terreno de la política, donde habitan mis responsabilidades, prefiero la lentitud en prometer y la seguridad en cumplir. Distintos prismas para un mismo concepto: la seguridad de la democracia.

En el contexto actual de un país que se enfrenta a un desafío independentista que provoca fragmentación y tensiones, la palabra seguridad tiende hacia su significado policial, de incertidumbre y miedo a las consecuencias de un proceso que ha escapado a la racionalidad con los delirios de grandeza de sus protagonistas y antagonistas. La aplicación de un artículo inédito de la Constitución y la reacción de la masa en las calles inclina todavía más la balanza hacia esa acepción de seguridad como orden público.

Pero es la seguridad democrática, la que garantiza la igualdad de oportunidades, la que vela por el reparto equitativo y justo de las ayudas, la que evita contratos y pliegos trucados, la que, en definitiva, permite anticiparse a los recelos que provoca la arbitrariedad y promueve una gestión en la que no tienen cabida ni las mordidas ni los tramposos.

Esa seguridad de poder acudir a un concurso público en igualdad de condiciones, de saber que el dinero de todas y todos se gestiona bajo criterios que podrán gustar más o menos, pero que son profesionalmente objetivos son marca de la casa del gobierno de la Diputació de València desde julio de 2015.

Porque la tensión en Cataluña nos ha recordado a todos que lo que realmente nos importa es sentirnos seguros, pero no debemos olvidar que esa otra seguridad por la que se trabaja en instituciones como la Diputació de València es vital para disfrutar de una sociedad más justa e igualitaria. Abrimos las puertas y ventanas de esta institución para airear ese tufo a clientelismo que ponía en duda la utilidad de un ente que parecía servir solo a su núcleo de poder. No estaría de más que quien tiene la posibilidad de transmitir a la ciudadanía que ha vuelto la normalidad la Palau de la Batlia ejerza sin prejuicios esa responsabilidad, aunque los titulares no salgan tan atractivos como los que brindaban los trileros de la política.

?La buena política. Soy ante todo un alcalde que conoce las necesidades de su municipio y trata de resolverlas, anteponiendo la eficacia y la honestidad en la gestión local, una fórmula sencilla que por suerte practica la inmensa mayoría de alcaldes y alcaldesas en la actualidad. A esto llaman nueva política, aunque no es más que la única y verdadera, la que se basa en la vocación de servicio a la ciudadanía de determinadas personas. Entiendo que después de un tiempo oscuro en el que los contratos ficticios, las cajas B, el servilismo y los planes teledirigidos han alimentado el fantasma de la corrupción en la administración pública, esa vuelta a la normalidad se presente con un nuevo envoltorio.

Seamos responsables todos y hagamos un ejercicio de pedagogía social. No asumamos gratuitamente que la buena gestión no tiene interés. Rechacemos el discurso de que el sentido común aburre y que acaba siendo más atractivo relatar las fechorías de quien vive esquivando la ley que las buenas prácticas de quien se presupone tiene la responsabilidad y la obligación de velar por los intereses comunes. Así que reflexionemos si construye ciudadanía obviar esas buenas prácticas y dar pábulo al discurso de que todos los políticos son iguales, un mantra tan reaccionario como el que no lo combate.

En esa apuesta por la seguridad y la democracia participativa, nos refuerza ver que la nueva ley de contratos públicos incluye valores que venimos aplicando en estos dos años de gobierno de la diputación. Aplicamos criterios objetivos en los planes y las transferencias directas a los ayuntamientos, que se han duplicado, para respetar la autonomía de alcaldes y alcaldesas. Sirva como ejemplo el nuevo pliego de carreteras, que cuida los precios y vigila la calidad de las obras. Puede resultar obvio, pero no lo era tanto para quien convertía estas bases en los cimientos de una red clientelar.

Empecé con Shakespeare y evolucionaré a Jodorowsky para terminar: «Debes tener la absoluta seguridad de que no eres quien crees que eres? Eres mucho más». Lo hemos comprobado en la Diputació de Valéncia, que no nos parece el mismo vehículo tras cambiar la manera de conducirlo, y debemos tenerlo en cuenta cada una de nosotras y de nosotros si realmente queremos proteger nuestra democracia y mirar el futuro con seguridad.

Jorge Rodríguez es presidente de la Diputación de Valencia