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Tormenta social

Como decíamos ayer, en tiempos de ración doble de tripartito no vi, en la calle, ninguna impaciencia por ampliar el ser de Cataluña y hacerle comulgar consigo mismo. Cierto que la penosa tramitación en Madrid del nuevo Estatut, las tardías e irritantes resoluciones del Constitucional y las recogidas de firmas del PP contribuyeron no poco a l´emprenyament català, pero no hubo nada decisivo hasta que se vio que los comunes ganaban elecciones y grandes alcaldías, que el sistema del 78 se venía abajo y que en la calle había -y a la mínima oportunidad volverá a haberla- hambre y sed de justicia. Los comunes, encima, eran españolistas, tal vez la penúltima oportunidad de reconstruir el país desde bases españolas, no obsesivamente castellanas.

Entonces, el PDCat y Artur Mas, que habían destacado en la aplicación de recortes y que en tiempos del tripartito se habían opuesto a leyes que fortalecían la autonomía catalana, esos señores -con la ayuda de las que Guillem Martínez llama «organizaciones peronistas»- tuvieron la astucia de convertir la crisis social en crisis territorial para alegría de ambos bandos. Cuanto más cerril sea el adversario, más fuertes se hacen. Y es recíproco. Del soberanismo me inquietaban sus apremios. Desmontar un Estado, aunque sea para volverlo a montar de otra manera, es mucho más peligroso que desactivar una bomba.

El resto ya lo conocen: los soberanistas fueron corridos a gorrazos, la Españita inserta en Catalunya es ahora tajamar de la patria ofendida que se abre paso en la carne de Catalunya y han florecido por doquier las flores carnívoras que siempre se abren cara al sol. Los independentistas que creían en la sinceridad de sus dirigentes se han llevado un chasco. Ni república, ni catalana, ni resistencia, sólo unos pases de muleta para enardecer a los tendidos (y perdón por el taurinismo inserto) y un yo no he dicho eso para guardar las espaldas. Propaganda. Carles Puigdemont acabara por recibir el lazo de Isabel la Católica, el único sentido del soberanismo tal vez fue conjurar la tormenta social.

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