España es el país europeo que más gasta anualmente en alumbrado público. Se calcula que se invierten 1.000 millones de € para iluminar nuestras calles y plazas en las ciudades y pueblos de nuestro país. Es el dato más elevado, junto a Italia, de todos los estados de la Unión Europea. Y lo peor es que en muchas ocasiones ese exceso lumínico se pierde sin función alguna, ocasionando por el contrario un problema de contaminación. Cada año en el mundo la superficie iluminada artificialmente aumenta un 2%. El crecimiento de las ciudades es el causante de este proceso, que resulta intenso en algunas regiones de África, de America Latina y del sur y este de Asia. En Europa desde hace años se han ido aplicando medidas para reducir la contaminación lumínica. Es un problema ambiental que al no causar toxicidad en el ambiente, parece que no tenga tanta importancia. Pero está en el origen de la alteración de los ciclos del día y la noche en especies animales, vegetales y en el propio ser humano. Es lo que se conoce ahora como un cambio en el reloj biológico y que puede ocasionar cuadros de ansiedad o estrés. La solución está en el cambio en los sistemas de iluminación apostando por la tecnología LED, así como en el cambio de farolas en nuestras ciudades para que iluminen hacia el suelo y no hacia el cielo. El objetivo, aunque nos pueda parecer chocante, es no «perder la noche» por culpa del exceso de una iluminación que impide la observación de los astros y provoca contaminación visual.