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Dialoguistas geniales

Observar a Correa, por ejemplo, solicitando el indulto para el juez que destapó su caso, constituye un giro completamente inesperado. No sabe uno si reír o llorar

Los personajes implicados en la trama Gürtel parecen salidos de una serie de la tele más que de la vida. Poseen rasgos individuales muy acusados, así como diseños mentales y físicos que hacen imposible la confusión de identidades, el apelmazamiento. Además, a medida que progresa la acción, se comportan como si vivieran dentro de una novela más que en el mundo real, en el que chapoteamos ustedes y yo. Observar a Correa, por ejemplo, solicitando el indulto para el juez que destapó su caso, constituye un giro completamente inesperado. No sabe uno si reír o llorar cuando lo ve tan serio, frente al tribunal que le juzga, recitando un papel que parece escrito por un genio del humor o de la tragedia, no estamos seguros del registro. Y esta es una de las virtudes del relato: la mezcla de géneros, el hibridismo, la fusión. Fagocita a velocidades de vértigo los tics de los programas de telerrealidad, pero también los recursos narrativos del cine o la novela. Todo parece producto de un proyecto en el que han trabajado las mejores cabezas de la ficción. Hasta el vestuario de cada uno de los actores se pliega como un guante a su idiosincrasia, signifique lo que signifique idiosincrasia. Si recuerda uno las primeras imágenes que conserva de estos individuos, procedentes de la boda de la hija de Aznar, y hace memoria de su recorrido posterior, se queda asombrado ante la lógica interna de las vicisitudes de la historia, cuya trama, pese a proporcionarnos sorpresas cada día, conserva una coherencia narrativa digna de las mejores obras de teatro.

Pensemos en El Bigotes, también conocido como Álvaro Pérez. ¿No es genial que su nombre, con el paso del tiempo, se haya convertido en su apodo y viceversa? Pero fijémonos en su última actuación desde la cárcel y a través de un plasma conectado con sus señorías, que intentan averiguar algo, no importa ahora qué, acerca de las numerosas fechorías del asunto por el que se encuentra en prisión. El hombre da muestras de nerviosismo, quizá porque puedan pillarle en un renuncio, sospechamos nosotros. Pero no: está inquieto porque se hallaba pochando una cebolla y se ha dejado la sartén en el fuego. ¿A quiénes se les ocurren estas situaciones?

Me conformo

Televisión a la carta, radio a la carta, cine a la carta€ Realidad a la carta también, ya era hora. Pongamos que usted necesita creer que el Gobierno amenazó con sembrar de muertos las calles de Barcelona si no cesaba el movimiento secesionista. Pues aprieta un botón de su teléfono móvil y ahí tiene servida su realidad, que puede consumirla solo o en compañía de otros. ¿Usted precisa que Puigdemont sea un exiliado y no un huido? Ningún problema: oprima la tecla correspondiente y ya lo tiene convertido en aquello que sus sentimientos le pedían a gritos. Si usted desea que España siga siendo, tantos años después, una dictadura franquista, en cuestión de segundos hallará esta garantía en la pantalla de su trasto.

De todas las prestaciones proporcionadas por el teléfono inteligente, donde las redes sociales trabajan, como los altos hornos, 24 horas al día, 365 días al año, esta es quizá la que más esperábamos: la de que nos diera la razón. El móvil es fundamentalmente un artefacto de dar la razón. Ahora mismo estoy en el metro, entre Alonso Martínez y Chueca, donde los viajeros, casi sin excepción, tienen puesta la mirada en una pantalla que sostienen entre sus manos y cuya luz evoca la de unas de esas bolas mágicas de cristal. Habrá quien se encuentre intercambiando mensajes de amor o lástima, quizá enviando solicitudes de trabajo, no lo pongo en duda, pero la mayoría está buscando un tuit o una noticia que le dé la razón, aunque sea falsa, ya no hay modo de distinguir lo cierto de lo imaginario.

Quiero que Fulano de Tal sea un hijo de perra, solicitas, lleno de odio, a tu aparato. Al instante, aparece un sesudo artículo que lo demuestra. Quiero que el Holocausto judío no haya existido. Ahí lo tienes, en 140 caracteres. Las noticias a la carta reducen la ansiedad más que un fármaco, aunque sus efectos secundarios, socialmente hablando y a la larga, resulten perniciosos. Pero quién piensa en el futuro. Lo que le falta al teléfono es una aplicación que a la pregunta de quién es el más bello de los usuarios de internet responda que tú. No sé si hay ingeniero capaz de crearla, pero mientras la red pueda continuar asegurándome que todos los demás son feos, me conformo.

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