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Alfons García03

Rajoy se sube al taxi

Rajoy va en taxi y España pide un Uber. Al estilo de la casa, el presidente empieza a deslizar que de la reforma de la Constitución para buscar un nuevo encaje territorial se puede hablar, pero acordar, acordar, ya veremos. Y a Pedro Sánchez se le queda cara de pardillo, que creo que es lo que se dice en el mus cuando te cazan un farol. Ellos que están en Madrid lo entenderán.

El problema no es Sánchez, ni el PSOE, el problema es España (estos días ando bajo en referencias culturales, porque esta última frase me suena a Ocho apellidos catalanes). Y España no está para aguantar mucho más inmovilismo marca Rajoy. Cataluña rompe las costuras. Impele a la toma de decisiones. Esperemos al 21D, vale, pero no hay ni una encuesta que haga pensar que el 22 va a ser muy diferente a lo que teníamos. El bucle nuestro de nunca acabar.

Como el conflicto del taxi. Uno se atrevería a decir que los taxistas no tienen ni un argumento errado, que las formas millennial de transporte sin conductor han sido precarización laboral y reducción de impuestos, algo que no favorece a nadie, pero Uber y los VTC son la realidad del nuevo mundo digital. Intentar bloquear que afloren es como defenderse con un paraguas en un vendaval. Acabas chopado y con un paraguas menos. Lo inteligente parece exigir que la competencia sea leal y que no haya agravios en las retribuciones. Lo demás es cuestión de tiempo. Como lo de Rajoy, la Constitución y Cataluña.

Puig entra hoy en campaña en el territorio vecino del norte. Será el primer líder territorial del PSOE al lado de Miquel Iceta. No es casual. La comunión entre ambos viene de lejos. Intencionadamente o no, Iceta ha actuado de puente en la reconexión del valenciano con Pedro Sánchez. Puig está hoy bastante más en la onda de Ferraz. La posición de Iceta sobre la quita de la deuda histórica es la del PSPV y la que ahora consagra Sánchez. La amiga Susana Díaz y el lejano Fernández Vara marcan sin embargo distancias empujados por el anticatalanismo campante allí donde la marca España tiene menos competencia identitaria. Antes veían bien perdonar deuda, ahora creen que sus gentes lo interpretarán como un privilegio a la pérfida Cataluña. Están contando sus votos. El gran problema de la política de hoy: no pensar en ganar en las urnas, que es lógico, sino condicionar cualquier acción a esa premisa.

Desde esa óptica, que transforma los partidos en máquinas de gestión del poder, aparecen ya voces para que Puig no espere a 2019 y disuelva antes las Corts y convoque elecciones. Las cuentas le salen. Mientras los suyos llevan un ritmo de subida constante en las encuestas, Bonig se desfonda en los sondeos. El partido de los empresarios enfrentado a los empresarios (a sus estructuras, al menos) es un movimiento del que es difícil vislumbrar el objetivo final. Cuando el adversario se equivoca, no lo distraigas, empiezan a esculpir en mármol en el Palau de la Generalitat. Además, Compromís y Podemos nunca han estado más enemistados, así que el riesgo a ser superado por los socios nunca ha sido menor desde 2015 para Puig. Ahora habrá que comprobar hasta dónde alcanzan las ansias de ganar, porque una aceleración electoral agriaría las relaciones a futuro con Oltra, como perjudicada por el movimiento, y una sociedad cansada de urnas habría que ver cómo responde. Al fin, la política es algo más que aritmética electoral. O eso decían los sabios, si quedan.

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