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Unas gotas de sangre jacobina

Es posible que algún día -no sé si yo alcanzaré ya a verlo- este país se pregunte qué quiere ser de mayor. O sea, qué hacemos con los asuntos realmente trascendentes para nuestra convivencia común. Por ejemplo, ¿hay alguien que piense qué conviene hacer para paliar las seculares sequías españolas o el desbordamiento virulento de las trombas y las avenidas? Tras la recusación del Plan Hidrológico Nacional por el primer gobierno Zapatero y las desaladoras de Narbona en el Mediterráneo, nadie ha dicho esta boca es mía. Llueve, pues bendito sea Dios; no llueve, pues volvemos a sacar al santo en procesión.

¿Hay alguien en este país que quiera de verdad, y sin demagogia, pensar en el tremendo problema demográfico que padecemos y su influencia en el mantenimiento a medio plazo de nuestro sistema de pensiones público? ¿Hay alguien que de verdad desee abordar una mejora de la sanidad y la educación en España? ¿Hay alguien que quiera repensar el sistema autonómico de cara a su viabilidad inmediata, amén de que todas las comunidades autónomas pidan poco a poco la condonación de una deuda inmensa acumulada, o su financiación o su relativa recentralización? Es decir, ¿hay alguien que, tras Cataluña, esté dispuesto a abordar los problemas reales de España? ¿O seguimos en la higuera nacional esperando que las manzanas sumen peras?

Pues plantear estas cuestiones u otras de parecido similar es muy jacobino. Yo no lo soy demasiado, es cierto, pero no lo es menos que por mis venas corre un poco de sangre jacobina. Aunque, como en el maravilloso Autorretrato de Antonio Machado en sus Campos de Castilla, «mi verso brota de manantial sereno; / y más que un hombre al uso que sabe su doctrina,/soy, en el buen sentido, de la palabra bueno». Un jacobino machadiano, pues, que no usa saber su doctrina porque hace ya algún tiempo que se preguntó, y lo hizo en público, si todavía era de los suyos, y los suyos no le respondieron.

Creo que hace falta pensar seriamente en los problemas de los españoles. Tras Cataluña, bien, sea. Pero pensar algún día. Este país se nos está yendo por el sumidero y la continua bronca política elude toda política posible. Y es la hora de la política con mayúsculas, de la política centrada en el Estado y no en los partidos y las partidas, en los grandes servicios públicos y en la búsqueda de fórmulas reales que sigan haciendo posible dentro de 30 años el mantenimiento de eso que hemos dado en llamar nuestro Estado de bienestar, o nuestra sociedad del bienestar, que en modo alguno es excluyente con la primera denominación. Es decir, cómo seguimos gestionando los recursos públicos para que siga funcionando la sanidad, la educación y cómo pensamos la pirámide demográfica -y qué hacemos con ella- para que las pensiones públicas no desaparezcan como tales o su paulatina depauperación las convierta en el óbolo de la viuda evangélica.

Pensamos qué hacer con nuestro sistema autonómico. Yo lo creo superado por la historia. Y por sus éxitos, pero también por sus fracasos (engrosamiento bárbaro del aparato del Estado, la burocracia, el ventajismo de los partidos y los establos institucionales sobredimensionados por 17 y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla más los territorios insulares). Es insostenible. O estudiamos fórmulas posibles de financiación de su actual modelo, o estudiamos parciales recentralizaciones del mismo, o vamos a una reforma constitucional a la alemana, por ejemplo, yo no la vería en modo alguno mal, que sustancie de una vez una España unida en sus diferencias. No hablo, porque no me gustan los nominalismos ni las cuestiones de nombre, de federalismo, federaciones, autonomías o fragmentos de Estado. Hablo de España y de las Españas. Es decir, de la viabilidad organizativa, funcional, pero también histórica de un país que es uno pero que a la vez es diferente y no uniforme.

¿Resulta todo ello una reflexión jacobina? Podría serlo. Y si lo es, tampoco pasa nada. Unas gotas de sangre jacobina no vienen mal cuando la cuadratura del círculo se ha roto y los basamentos que lo hacían posible han envejecido entre pitos, abucheos, oreja, rabo y vuelta al ruedo. Lo importante es la lección machadiana. No ser hombres al uso que saben su doctrina. Mejor escépticos que a fuer de sinceros dudan de su propio escepticismo. Es decir, gentes prudentes que creen antes que en los grandes nombres, en la razón y la experiencia como piedras y valores angulares de la acción política y de la construcción de una España posible.

¿Habrá alguien que escucha? Sí lo hay, claro que sí, pero muchas de esas personas no se encuentran ya en los partidos. Tanto si lo estuvieron como si no. Y ese es uno de los dramas de esta función de otoño en segundo pase de nuestro teatro nacional. Y no se avista al nuevo Lope que en horas veinticuatro hiciera pasar las musas al teatro.

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