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Dudo, luego existo

Hay muchas cosas que me cuestan trabajo en esta vida. Por desgracia, creo que nunca he sido excelente en nada aunque, con mucho esfuerzo, he conseguido ser bastante mañosa para casi todo. Disculpad la modestia. Esto puede ser una ventaja o un inconveniente, según se mire, pero yo prefiero no reflexionarlo demasiado y simplemente adaptarme a las circunstancias y aprovecharme de ellas; porque también soy bastante práctica, sobre todo porque es algo que difícilmente puedo remediar. El caso es que una de las cosas que más difícil me resulta es la toma de decisiones. En según qué cosas suelo pensármelo mucho antes de adoptar una determinación, y es algo que detesto. Me gustaría tener el arrojo y el carácter de afrontar elecciones con más seguridad y ser capaz de elegir sin todo el protocolo de duda previo, que además te destroza los nervios y, en mi caso, también el estómago. Pero evidentemente, no sería yo.

Creo que mis titubeos se deben a mi miedo a las posibles consecuencias, o más bien a aquellas que me pierdo al hacer la elección. No me preocupa tanto lo que pueda pasar, porque siempre he afrontado las cosas como han venido, sino lo que deje de ocurrir y me pierda al decidirme por una cosa en vez de la contraria. Soy muy consciente de que no vivimos más que una vez y, claro, me gustaría que mi paso por aquí fuese lo más apasionante posible. Sí, fundamentalmente emocionante. Para qué decir bueno, si es indudable que las cosas malas también van a venir. Tampoco serviría hablar de una estancia tranquila, pues casi lo mejor de la vida es frenético y enloquecedor. Prefiero la intensidad a la calma. Incluso creo que prefiero poco pero intenso a mucho y tedioso, aunque debido a esta falta de seguridad de la que hablo en algunas ocasiones esto tampoco lo tengo muy claro, porque no es agradable hablar de una marcha temprana.

A lo que iba. Que soy incapaz de decidirme incluso en las cosas más intrascendentes y sencillas. Me cuesta elegir hasta el color de la botella de acero inoxidable que pretendo comprarme para el trabajo en mi intento de reducir drásticamente los plásticos en mi vida después de ver el documental A Plastic Ocean, que por cierto os recomiendo; pero ese es un asunto del que ya os hablaré en otra ocasión. Si esto es así en tal caso, imagináos en las cosas de mayor importancia o dificultad... Y así todo el día, pues vivir es ir decidiendo constantemente.

Espero que algunos de vosotros os sintáis algo identificados con esta circunstancia porque como dicen: mal de muchos... ¡Pues eso! Pero esto no es todo, ya que, incluso después de haber hecho una elección, pueden ser muchos y diversos los condicionantes que me hagan cambiar de decisión. Cosa que también puede ocurrir bastante a menudo y, aunque es una faena, esto sí que lo considero saludable, pues es parte de nuestro crecimiento personal y, además, sustenta la tesis de que todos nos equivocamos.

De ahí viene mi completo asombro al tropezarme con algunas personas que denotan un convencimiento absoluto de la fiabilidad de sus pensamientos y decisiones por encima de cualquier argumento que uno trate de esgrimir en su contra. No sé si ellos estarán en lo correcto o seré yo, ya saben mi dificultad para decidirme... Pero lo único que tengo claro es que, cada vez, dudo más de todo.

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