Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

¿Qué va a ser de nosotros?

Me pregunto si el viaje hacia internet es comparable al avance hacia el viejo Oeste. También si la conquista de nuevos territorios digitales implica la pérdida de los analógicos. ¿Quién será el primero en escribir un relato fronterizo sobre la epopeya que implica atravesar los límites del átomo para alcanzar las orillas del bit? O del Bit, con mayúsculas. Me vienen la memoria las crónicas de indias, donde los descubridores de América nos contaban el significado de vivir con un pie en un mundo familiar y con el otro en Marte, porque América era más o menos Marte. No nos pongamos grandilocuentes: pensemos en el descubrimiento de algo tan insignificante como la patata. Imaginemos a uno de aquellos hombres barbados sosteniendo entre sus manos una pieza de ese bulbo que convertiríamos en un quita-hambres. Lo más difícil de enfrentarse a un mundo nuevo es contarlo con un lenguaje viejo. Esa falta de correspondencia entre el discurso y la realidad alumbró relatos que aún hoy leemos con asombro.

Cuando el técnico de mantenimiento viene a casa para revisar mi ordenador, utiliza un lenguaje analógico para hacerse entender. Ayer me dijo que había encontrado cuatro bichos en mi máquina. Quería decir virus, otro término proveniente del viejo mundo. Le pedí que me explicara en términos informáticos lo que era un virus y no lo entendí, pero me gustó la nomenclatura. Sonaba a poema. Por un momento, sentí que me había trasladado al universo digital. Volví al analógico de golpe, cuando me pasó la factura. Un visionario me aseguró hace poco que las facturas tienen los días contados porque habrá una cámara de compensación mundial, que tendrá los datos de todos los habitantes del planeta, donde se efectuarán las transacciones de dinero al modo de las transferencias actuales entre banco y banco, en las que no se mueve pasta, solo datos.

El caso es que en esta nueva conquista del Oeste, los descubridores caen como moscas. Me cuentan que la juguetera Toys r’Us está al borde de la quiebra porque no ha comprendido el significado de internet. Si esto le pasa a los grandes, ¿qué va a ser de usted o de mí?

La puntuación

En tiempos de implosión mental como los actuales, uno había esperado que Twitter redujera a la mitad los 140 caracteres, no que los multiplicara por dos. No podemos explosionar por dentro e implosionar por fuera, porque el encuentro entre las dos acciones provocaría huracanes ideológicos de imprevisibles consecuencias. Ciento cuarenta caracteres son muchos cuando las humanidades desaparecen, el mundo intelectual se arruga como una pasa, y nadie sabe dónde colocar una coma. Las comas son los bolardos de la escritura: estorban y protegen a la vez, pero no se deben poner al azar. Hace falta diseño, planificación, energía, estilo: todo aquello de lo que carece Twitter, que tampoco es el reino de la sutileza.

Habría estado bien que los 140 caracteres se convirtieran en 70 al objeto de reducir también el número de comas mal puestas. Se empieza colocando fuera de sitio una coma en la pantalla del teléfono y acabamos colocándola mal también en el cerebro. Una coma fuera de lugar en la masa encefálica es una mina capaz de explotar al paso de una idea, incluso de una idea buena. De ahí que abunden las ideas sin piernas y sin brazos, que pululen las ideas sin cabeza. La peor de las comas, con todo, es la que no existe. He aquí otro problema de Twitter: las comas inexistentes que proporcionan al texto, en el mejor de los casos, un carácter ambiguo. No es lo mismo decir «no, me gusta la fruta», que «no me gusta la fruta». Ni «vamos a comer, niños», que «vamos a comer niños». Son ejemplos de toda la vida, pero usted puede construir los de ahora mismo.

Hablamos de las comas por no hablar de los signos de puntuación en general, todos ellos muy castigados por la expansión de las nuevas tecnologías. Siempre hemos pensado que lo más importante de un tuitero no es lo que nos dice del mundo, sino lo que nos dice de sí mismo. Y lo que nos suelen decir de sí mismos, especialmente estos días de ruido y furia, resulta un poco deprimente. Mucho nos tememos que con los 240 caracteres la depresión se agrave al aumentar el número de comas inexistentes o mal colocadas.

Compartir el artículo

stats