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Trump acerca una mecha al polvorín de Oriente próximo

Con su decisión sobre Jerusalén, desoyendo a todo el mundo menos a su principal aliado en la zona, Israel, Donald Trump vuelve a aproximar una mecha encendida al polvorín de Oriente Próximo. El reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado judío en un discurso plagado de hipocresía hace trizas el sueño árabe de que un día la parte oriental de la ciudad de los tres monoteísmos pueda convertirse en la capital de un Estado palestino.

Amenazan los palestinos con una nueva intifada y dicen que Estados Unidos queda así desautorizado como mediador en el conflicto árabe-israelí. ¡Como si en algún momento de la historia de ese desgraciado pueblo hubiese sido árbitro imparcial! De haberlo querido realmente, hace tiempo que EE UU habría presionado a Israel para impedirle seguir ocupando tierras palestinas, derribando sus casas, destruyendo sus cultivos y convirtiendo la vida de muchas familias en un auténtico infierno.

Pero ya se sabe el papel del lobby pro-israelí, casi tan poderoso como el de las armas, en la política estadounidense: el señor de los casinos, Sheldon Adelson, los hermanos Koch y tantos otros plutócratas de aquel país tienen mucho que decir en las elecciones al Congreso estadounidense. Y a ellos se suma la ultraderecha evangélica.

El llamado proceso de paz de Oriente Próximo hace tiempo que se ha convertido en una farsa, y lo saben tanto los europeos como esos gobiernos árabes tan poco respetuosos de los derechos humanos y a quienes la suerte de los palestinos, pese a sus afirmaciones retóricas, parece traerles sin cuidado.

El reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado judío fue una promesa de Trump en su campaña electoral, haciendo caso omiso de las preocupaciones de quienes se supone que son sus aliados europeos. Promesa insensata que se propone cumplir ahora aprovechando la lucha por la hegemonía regional entre la wahabita Arabia Saudí y el chií Irán, al que tanto EE UU como Israel tratan de desestabilizar por todos los medios sin que parezcan importarles las consecuencias.

Los palestinos habían figurado siempre entre los más progresistas de los pueblos árabes, aunque la falta de solución a su drama nacional por culpa de la intolerancia israelí y la indiferencia internacional ha propiciado también allí el crecimiento del extremismo. ¿Preocupa acaso a Trump el nuevo conflicto que amenaza con incendiar todavía más esa región del globo tan próxima a Europa? ¿O le interesa sobre todo seguir vendiendo armas a las monarquías feudales árabes en su obsesión por frenar al detestado Irán de los ayatolas?

Es hora de que, ante la irresponsable decisión de Trump, nuestros gobiernos se dejen de paños calientes y hablen de una vez alto y claro. El futuro de Oriente Próximo es algo que nos concierne a todos, sobre todo a árabes y europeos.

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