"Ribera sense fi, mire els teus ulls./Dolor sense combat, m’obligue a ells./I estic, com un mar entre els esculls,/Buscant la platja en calma dels anells". Rafael Villar (1962).

La Valletta, Malta. 4 de diciembre. En la cabecera de Republica Street, en la apacible isla mediterránea, se celebra una manifestación bajo el lema: «Gustizzja», justicia, en maltés. Preside una pancarta que recorre la calle a todo lo ancho, The situation is desperate. Daphne Caruana Galizia.1964-2017. Un allegado bonachón de barba blanca, tocado con simpática gorra de marino, se dirige al público con sentida oratoria. Entre la sede del Parlamento y el Palacio del Gran Maestre, edificio presidencial y cerca de donde estuvo la Inquisición, con museo y todo. El 16 de octubre fue asesinada la periodista Daphne Caruana, de 53 años. Al más puro estilo mafioso, mediante una bomba que se hizo explotar a distancia en su coche. El dispositivo electrónico fue accionado desde una embarcación siguiendo las indicaciones de un sicario que la seguía por tierra. No quedaron más que hierros retorcidos. Con la periodista, militante feminista, se fueron sus pesquisas que involucran a altos cargos gubernamentales. Indagó en el negocio ilícito en torno al petróleo libio y a la política seguida con los refugiados en el país más pequeño de la Unión Europea.

Denunció.

Al anochecer del 5 de diciembre, un grupo de reporteros y cámaras a espaldas del Palacio de Justicia maltés espera más información de los tres detenidos como presuntos asesinos de Daphne Caruana, instigadores y ejecutores. Frente al alto tribunal, un improvisado altar sobre la escultura que representa la justicia. Iluminado por las consabidas velas y flores bajo la efigie de la periodista de investigación eliminada a consecuencia del ejercicio responsable y comprometido de su oficio. En su base una leyenda: fue asesinada porque denunció.

Oficio de riesgo

Ha sido una entre los centenares de periodistas, ellas y ellos, que han sido asesinados por informar y opinar. Tampoco es preciso llegar tan lejos porque alrededor de la profesión periodística intimidan y presionan. Escribir nunca ha sido fácil ni ha salido gratis cuando se ejerce con responsabilidad. La libertad de expresión es arriesgada y nada aséptica, si además se opina. Con la aplicación en Catalunya del artículo 155 de la Constitución, que es un fracaso, los españoles hemos estado a punto de comprobar lo fácil que es caer en la tentación de cercenar la libertad de expresión. Se anunció por Mariano Rajoy y después no se ejerció, la intervención por parte de su gobierno de la radiotelevisión pública catalana -TV3-. De hecho los valencianos hemos vivido la desaparición de RTVV por el método sutil de la implosión. Primero se convierte programación y contenidos en un bodrio. Después se pone al frente a trileros y mangantes. Se sigue y mediante sucesivas levas se van incorporando muchos más protegidos y allegados de los que se necesitan y se justifican con presupuestos. Finalmente se cierra el ente radiotelevisivo por inviable. Mediante la táctica de tierra quemada que imposibilita su recuperación durante bastantes años tras la devastación producida por su derribo. Ahí nos encontramos sin ver la salida del túnel.

Experiencia personal

Casi al final de la dictadura franquista, pilotado el Ministerio de Información y Turismo, por Manuel Fraga Iribarne, en 1969, España vivió el primer Estado de Excepción, con censura previa de prensa incluida. Me censuraron una entrevista con el catedrático y economista del Banco de España, José Luis Sampedro. Poco antes de la desaparición de Franco, me llamó a capítulo el delegado provincial del ministerio de Fraga, porque habíamos calificado de sublevación el golpe de Estado que dio origen a la Guerra Civil en julio de 1936. Nos salvamos por los pelos. En 1996 fui incluido en un ERE ilegal e injustificado por escribir en los periódicos. Poco antes había sido interrogado -y gravada la conversación sin mi consentimiento- por el presidente de la Confederación Empresarial Valenciana, José María Jiménez de la Iglesia. Un periodista siempre es peligroso y sospechoso porque piensa y escribe. Más tarde fui amenazado por el presidente de la Cámara de Comercio de Valencia, Arturo Virosque. Según él, me tendría que ir de València por publicar un artículo en El País, sobre su antecesor, José Enrique Silla, cuando se le impuso la Medalla de Oro de la institución que presidieron ambos. Ahora recibo mensajes inducidos, llamadas, advertencias, insinuaciones, reprimendas y sugerencias que sonrojarían a cualquier indocumentado. No avanzamos. La democracia no lo resuelve todo. El poder se tambalea. Nada más hay que contemplar el lamentable espectáculo que ofrece el poder judicial. La prensa, la información y la libertad de expresión no iban a ser menos. Ahora esperan detrás de una esquina, cuando ya no pueden hacer daño de otra manera. La bomba contra la periodista maltesa.