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Desdichas

Las puertas se cierran también por miedo a las corrientes. A las corrientes de aire, de forma general, pero también, y con frecuencia, a las corrientes de opinión. Pero cuando el aire no circula, la atmósfera se enrarece.

Se cierran más puertas de las que se abren. Si uno presta atención, de un lado, a las necesidades de la gente y, de otro, a los remedios que se proponen, acaba advirtiendo que la política se ha quedado atrapada en una habitación y los contribuyentes en otra. En medio de ambos, una puerta que si en algún momento estuvo abierta o entreabierta, se ha clausurado ya con siete llaves, como el sepulcro de El Cid. Aislados los líderes de los liderados, asistimos, por ejemplo, a un repunte del precio de la vivienda, uno más, del que se dice, como en ocasiones anteriores, que no se trata de una nueva burbuja. En efecto, no es nueva, es tan antigua como la economía financiera, que tiene poco de economía y mucho de especulación. Por su parte, el FMI, entre otros, comienza a asegurar que las pensiones, en España, son altas. Para el FMI todo está por las nubes menos los salarios de sus dirigentes.

Nos sentamos frente al telediario para averiguar qué hay de lo nuestro y resulta que de lo nuestro no hay nada todavía. Tenemos que tener paciencia. La desigualdad, la precariedad, los salarios bajos, el paro o la pobreza no ocupan las cabeceras de la agenda política. Encerrados con un solo juguete que hoy es Cataluña y mañana ya veremos qué, la realidad se escapa entre las junturas de los debates públicos y cuando abrimos el grifo sale aire. Aplicamos entonces el oído a la pared que nos separa de nuestros representantes y no escuchamos nada de interés. El desafecto de la política, del que tanto se habla, no es más que la consecuencia de un portazo. Nos están dando con la puerta en las narices.

Las puertas se cierran también por miedo a las corrientes. A las corrientes de aire, de forma general, pero también, y con frecuencia, a las corrientes de opinión. Pero cuando el aire no circula, la atmósfera se enrarece. Pregúntenselo a las familias que estos días tampoco abren las ventanas para ventilar porque con la ventilación entra el fío en casas donde no se puede poner la calefacción. Cada día hay más puertas y más ventanas clausuradas en este país de nuestras desdichas. No pretendemos que las desdichas desaparezcan de un día para otro, como por arte de magia, pero sí que se expongan para estudiar sus soluciones.

No es un verso. La de «estarás incubando algo» es una frase muy socorrida para explicar un malestar difuso. Por «algo» solemos referirnos a una gripe, unas anginas, un virus intestinal. Hay gente que, en vez de incubar enfermedades, incuba cuentos o poemas o columnas periodísticas. Los síntomas no son muy diferentes. Todo empieza con alguna forma de extrañamiento de uno mismo. Te observas intentando arreglar un enchufe del cuarto de estar, con el destornillador de estrella en la mano, y sabes que eres tú, pero al mismo tiempo te parece raro que seas tú ese hombre que ahora hurga en la caja de herramientas en busca de un tornillo pequeño. A las dos horas del suceso, quizá con el enchufe todavía descompuesto, te pones el termómetro y resulta que tienes unas décimas. O te sientas frente al ordenador y resulta que tienes una frase. Hay frases con fiebre del mismo modo que hay fiebre con frases.

Cuando el malestar difuso, en vez de a una persona, afecta a una sociedad, es porque esa sociedad está incubando algo. Los malestares difusos de las sociedades no suelen anunciar nada bueno. Ni poemas ni cuentos ni novelas. Las sociedades incuban estados de excepción, reformas laborales, incuban himnos y banderas, y conflictos políticos y rebajas en las pensiones de los jubilados. Cuando una sociedad se encuentra mal, el paro aumenta. Quizá se encuentra mal porque el paro ha aumentado, pero del mismo modo que hay semanas en las que confundimos los martes con los miércoles o los jueves con los viernes, el dolor de cabeza nos impide distinguir las causas de los efectos y al revés. Las sociedades con dolor de cabeza suelen salir muy mal en las encuestas. Nosotros, sin ir más lejos, tenemos a cuatro millones de menores en riesgo de exclusión social y somos el país más desigual de Europa. Desigual en plan malo, se entiende, no que llevemos un zapato de cada color o un abrigo asimétrico de los de última hora.

El malestar difuso, ahí está la clave. Cataluña con migraña, Extremadura con un catarro mal curado, Andalucía con prurito, Madrid con unas décimas y todo el país, en general, incómodo, con molestias en las articulaciones y digestiones muy pesadas. Que estamos incubando algo, en fin, y no es un verso.

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