No sé qué me pasa, Jesús -me dice mi amigo, mirándome a los ojos- que yo con la Navidad voy a revés del mundo: voy de menos a más, no me digas porqué. Será que el nivel de azúcar en sangre me va haciendo un efecto progresivo, o que soy del Madrid y no sabemos vivir sin los arreones finales, yo qué sé. Lo cierto es que el puente de la Inmaculada lo paso siempre escondido en el canapé de la cama de matrimonio, para que nadie me encuentre si me llaman (a gritos, y en impersonal, "¡hay que bajar al trastero€!": siempre que mi mujer utiliza el impersonal, es que se dirige a mí, no hay duda) para ir a por las bolas, el árbol y el espumillón. A regañadientes y por el qué dirán iré a la cena de empresa, qué remedio, porque si no lo hago me pondrán todas las oficiales segunda a caer de un burro. Y desde que lo protagonizó Raphael, no puedo con el anuncio del sorteo del Gordo, ni con los niños cantores y ese soniquete infernal que te taladra la cabeza, en mala hora Herodes se olvidó de San Idelfonso€».

«€pero reconozco que con la confirmación de que mi madre volverá a hacer mi comida favorita -pollo en pepitoria- en la cena de Nochebuena, el planeta tierra me parece un poco más cálido y agradable, menos hostil y tenebroso. Aunque este año vamos a tener que hacer esfuerzos para no atragantarnos, porque menudo calendario: el 21 elecciones catalanas, el 22 el puñetero sorteo, el 24 el mensaje real, y el 25 comida con la familia política (y la mía es que es muy de Colau: cada uno lleva su cruz). Menos mal que luego viene la reunión con los amigotes y sus parejas: como a esas alturas de las fiestas ya a todos se nos ha puesto cara de mazapán, dejamos pronto de mirarnos de reojo a ver a cuál de nosotros ha tratado peor el año, y pasamos de los entrantes directamente al alcohol, por prescripción facultativa. La única regla de esa cena es que si alguien habla, debe ser para criticar a algo o a alguien, y de la manera más destructiva posible: el peinado de Puigdemont, la talla intelectual de Risto Mejide, las chicas tan terrenales que salen en los anuncios de colonias. Arreglamos poco, pero no hay nada como desahogarse, y gratis.

La subida del estado anímico ya es clara y va cogiendo forma de cara a la Nochevieja, porque me concentro en preparar la playlist para activar después de que Igartiburu (yo es que soy muy de Anne) se acabe las uvas. Este año estoy preparando un popurrí de Las Báccara y una selección de rancheras de Bertín Osborne, para acabar definitivamente con el poco prestigio que me queda entre mis sobrinos adolescentes, pero quién dijo miedo: en este precipicio que es la vida, Jesús, hay que tomar decisiones difíciles».

A mi amigo (que es tauro y acaba de cumplir los cincuenta) se le van inyectando los ojos en sangre. Va embalado, y me empieza a dar un poco de miedo. «Los primeros días de enero tienen un efecto lisérgico, porque hago cosas que no hago nunca, y eso eleva mucho mi autoestima y resiliencia: soy ponderado y respetuoso con el turno de palabra en las discusiones, compro de manera racional en el supermercado, trato de entender los programas de la lavadora, pongo música clásica en el salón, empiezo libros que no entiendo y sé que nunca voy a acabar (En busca del tiempo perdido de Proust, o Rayuela de Cortázar: no fallan€). Mis hijos y mi pareja disfrutan de una persona nueva y renovada, y con el punto justo de cursilería, bondad y autoconfianza para afrontar esa aventura inexplorada que es cada año que comienza. Y en esa palanca es en la que me apoyo para acabar a lo grande con la llegada de los Reyes de Oriente. Es tal el frenesí que ya me invade, que con lo que me gasto el cinco de enero por la mañana reactivo yo solo la economía española. Y en la cabalgata grito, salto y pego unos codazos tales para coger los regalos de chichirinabo que lanzan, que alguna vez he tenido varias llamadas perdidas de Scariolo, lo juro. Acabamos en casa, poniéndonos morados de roscón y "pannetonne" con chocolate, y arreglando el mundo con un copazo de pacharán y unos polvorones (yo es que soy muy de pacharán). Que se me hacen cortas, Jesús, como te lo digo...».