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El camión de la basura

Ya saben, después de la fiesta del pueblo, del barrio, llega estruendoso o en silencio al lugar el camión de la basura y un equipo de limpiadores que se afanan en dejar limpio el parque, la calle, la plaza donde hace unas horas había cristales rotos, botellas, bolsas de plástico, restos de comida, colillas, o charcos de meados. La faena se hace sin testigos, y desde luego sin los responsables del basurero, que a esa hora duermen la mona. En la tele también existe el camión de la basura, y en unas cadenas más que en otras. Lo que pasa es que funciona al revés. Si te descuidas, coño, en vez de quitártela de la vista van y te la meten en casa. En vez de dejar en paz a los muertos en descomposición van y te los reviven para ponértelos frente al sofá. En vez de dejar que tu memoria triture caras, hechos, y el olvido haga el efecto deseado, van y te los maquillan, te los visten como de boda cara y te la meten doblada. Cuatro, que no para de darle vueltas a la pelota para sacarle la pringue al mismo tema, tiene sin remedio el virus de Mediaset y a esta altura de curso ya no hay vuelta atrás. Verán. En Cuatro hay un programa llamado «Ven a cenar conmigo». Basurilla. Juntan a cinco lagartas, sean tíos o tías son lagartas de libro, que cada noche cenan en casa de otro. Parece que la comida es la protagonista, pero qué va. Allí se juntan para despotricar unos de otros cuando unos y otros no están delante. Bien. Pues Cuatro, que gira en su parrilla sobre el mismo tema -le pirra el papel de Celestina, y le pirran los raros en general-, ha puesto en marcha un «Ven a cenar conmigo VIP», es decir, los olvidados en la cuneta de la tele maqueados para la ocasión. ¿Pero Rappel aún vive? ¿A Ana Obregón le quedan trolas que contar? ¿Lucía Etxebarría puede organizar todavía algún pifostio -no está en la RAE, pero todos sabemos qué es- para seguir arañando algún mendrugo de fama cutre? ¿Quién es Víctor Janeiro?

La Bollo

Sin salir de la charca, que dice una tipa llamada Raquel Bollo, repito, Raquel Bollo, que no le importa volver a televisión. Y que, atención, está abierta a propuestas. Lo vuelvo a escribir, que dice Raquel Bollo que está abierta a propuestas para volver a televisión. Muero. Muero de verdad. Que haya alguien en este país que se tome en serio la vuelta o no a la televisión de una señora cuyo mérito es haber sido esposa de Chiquetete es de pegarte un tiro y largarte del planeta sin saber si ganará en unos días Puigdemont y los rufianes, o Iceta y su cuerpo de baile, por resumir posturas, digo. Por cierto, que dice el cachondo ciudadano Arturo Pérez Reverte que nos merecemos a Gabriel Rufián, y que tiene la teoría de que le pegaron en el cole, o temía que le pegaran y que de esa cuna salen sus actuaciones posteriores tan epatantes, altisonantes, cargantes y rufianescas. Se lo dijo la semana pasada a Iñaki López en «La Sexta Noche», un espectáculo estupendo que acaba como los basureros, a las claras del alba, dios, que hay que ver cómo estiran el chicle de Cataluña, asunto al que sólo le falta un polígrafo dirigido por Conchita. Pues ni aun así, ni yéndome al otro barrio sin saber lo que pasará el día 21, la vuelta o no de Raquel Bollo a la tele debería de ser tomada en serio tal como hizo, yo creo que con su poquito de mala baba, Toñi Moreno, que cuando se pone estupenda es como una Ana Belén, la de «Traición» de La 1, pero sin su cara apretada de mala víbora. Y para desengrasar y que se no oiga mucho el infernal traqueteo del vehículo detenido debajo de nuestra ventana en la madrugada llega Eva González, la de «Masterchef» y el anuncio, diciendo que está orgullosa de su pelo. De verdad, que me maten. Ole a mi pelo, remata la presentadora. También en mitad de la noche, como se peca y se borran las huellas del crimen, Paolo Vasile ha decidido, ya que esta edición de «Gran Hermano» es un fracaso, asear un poco los respiraderos de Telecinco suprimiendo la edición VIP de ese mojón del que, creo, el canallita Jorge Javier Vázquez, líder en llevar a casa de quien se lo permita montones de caca, está hasta el cogote de codearse con tanta carne que, a pesar de su juventud, ya huele a cosa putrefacta, a basura de días sin sacar, a saco de boñigas.

Terroristas

¿Boñigas? Lo tiran al camión de la basura, y el camión vomita. Yo soy el camión, abro la boca para que me metan toda clase de desechos, toda clase de desperdicios, y veo que entre el detrito van cachitos picados de Donald Trump y echo la pota. A este terrorista no lo quiere ni la mierda, que tiene su corazoncito y su dignidad. El hijo del diablo sabía lo que armaría entre palestinos e israelíes con solo abrir la boca y decir que cambiaba la embajada de EE UU de Tel Aviv a Jerusalén, y lo hizo, y la ha liado. Sólo alguien que va por la vida forrado de bombas como un pistolero para ser reventadas a placer actúa como este sujeto que agravia al mismo estiércol y que aparece en los noticiarios como el cretino más poderoso del planeta, un canalla que se le pone dura viendo arder el mundo. ¿Se le puso dura al director del Instituto de Nanotecnología, Jordi Borrell, cuando dijo en Twitter que Miquel Iceta es un ser repugnante y que tiene los esfínteres dilatados -por ser homosexual, claro-? En paralelo, esta semana, un chico de la actual edición de «Operación Triunfo», todo un éxito en audiencia y en redes, donde se parte un bacalao de patio vecinal, grasiento, chispeante a veces, con olor a faca de jamones o gargantas, se ha besado con otro por mor del guión, del consejo de los profesores Javier Ambrosi y Javier Calvo, sin que a ninguno les gusten los chicos. Son Agoney y Raoul. Parece que en el llamado pase de micros, es decir, ensayos, el beso fue con lengua, y el aplauso general. En el directo fue un beso mecánico, sin lengua ni emoción, pero también causó impacto. Ohh, se dijo, viva la libertad, viva la tele pública, que permite esto. ¿Cómo? Hasta la jurada Mónica Naranjo dio gritos en las redes al sentirse orgullosa «porque TVE ha normalizado libertades». ¿De verdad? No soy de este planeta. Eso sí, mientras me voy a otro veo cómo el camión de la basura me pone la casa hasta arriba de mierda.

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