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Criptomonedas

"Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado", escribió en frase famosa, y siempre de actualidad, el autor de El Capital.

Es como si Karl Marx hubiese previsto la invención de las llamadas criptomonedas, ese dinero virtual que está sirviendo sobre todo para fines especulativos y parece la mejor metáfora del nuevo capitalismo.

Sometida a fuertes oscilaciones, que pueden también ocasionar pérdidas cuantiosas, la más famosa de esas monedas virtuales, el bitcoin, va últimamente de récord en récord, generando ganancias millonarias a quienes primero se arriesgaron a invertir en ella.

En los doce últimos meses el valor de esa criptomoneda se ha mutiplicado por diez, y no está descartado que siga revalorizándose a ese ritmo aunque hay quienes aconsejan prudencia.

Se ha comparado el fenómeno del bitcoin con la tulipomanía, la euforia especulativa en torno a los bulbos de tulipán que estalló en los Países Bajos en el siglo XVII y que terminaría en una gran burbuja económica y una crisis financiera que dio al traste con tantas fortunas.

Sólo que esta vez estamos hablando no de algo material, sino de una moneda virtual que, por sus especiales características, puede también servir para actividades delictivas como el blanqueo de dinero y su ocultación al fisco.

Lo inventó alguien que operaba bajo el seudónimo de Satoschi Nakamoto en 2008, es decir el año de la gran crisis financiera provocada por el estallido de la burbuja de las hipotecas basura en EEUU y que contagiaría luego a medio mundo.

El inventor - o los inventores, pues no se sabe si fueron varios- del "bitccoin" se había propuesto como objetivo crear una moneda capaz de escapar a todo control estatal o bancario y no necesitada de ningún tipo de intermediarios.

Todas las transacciones que se hacen en esa moneda quedan registradas mediante cifrado de tal forma que nadie podrá identificar al emisor o al receptor, lo que impide al menos en teoría que el bitcoin pueda manipularse, falsificarse o que pueda llegar a bloquearlo un Estado.

Generado continuamente mediante operaciones de computación cada vez más complejas, que en la jerga técnica se conocen como "minería", el bitcoin necesita de ordenadores cada vez más potentes para ejecutar los cálculos necesarios.

Es tanta la energía necesaria para el funcionamiento de esos ordenadores gigantescos que muchos de ellos están localizados en China para aprovechar así el bajo precio de la energía en ese país.

Pese a su carácter virtual, el bitcoin no es precisamente ecológico: se calcula que para realizar una simple transferencia se necesita tanta energía como la que consume un hogar estadounidense en toda una semana.

Ello se debe principalmente que una operación de ese tipo deben verificarla todos los superordenadores que intervienen en el proceso.

La capacidad de creación de "bitcoins" es cada vez más limitada, lo que tiene que ver con el software: un algoritmo incorporado al sistema se ocupa de que cada cuatro años se reduzca a la mitad el número de unidades que aquél puede generar.

Según los expertos, de aquí al año 2030 los llamados "mineros" de bitcoins sólo podrán crear un máximo de 21 millones de nuevas unidades frente a los 16,7 millones que existen aproximadamente en este momento.

El éxito del "bitcoin" entre los especuladores es tal que últimamente se ha autorizado incluso los llamados contratos de futuros, con los que los inversores pueden asegurarse frente a eventuales pérdidas.

Muchos critican no sólo las operaciones ilegales que pueden llevarse a cabo con esa moneda, sino también el hecho de que con ella se esté creando una nueva elite de multimillonarios dedicados sólo a especular y que nada producen.

Así, un 4 por ciento de los usuarios de bitcoins posee actualmente el 96 por ciento del total de la riqueza expresada en esa moneda, por la que no habrán pagado además un solo céntimo en impuestos.

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