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La burbuja que nos destruirá

En 2017 afloró por primera vez el deterioro que crea el pensamiento tribal de las redes sociales

"La Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana. Ha aumentado enormemente la expectativa de vida de aquellos de nosotros que vivimos en países "avanzados", pero ha desestabilizado la sociedad, (...) ha sometido a los seres humanos a indignidades (...). El continuo desarrollo de la tecnología empeorará la situación (...), probablemente conducirá a un gran colapso social y al sufrimiento psicológico». Así arranca el manifiesto de Unabomber, el anarquista-filósofo Theodore John Kaczynski que aterrorizó a Estados Unidos entre 1978 y 1995 con el envío de 16 cartas bombas que causaron 3 muertos y 22 heridos. Su figura vuelve a la actualidad en España con el estreno en Netflix de la serie "Manhunt", sobre su busca y captura. Estas palabras se suman, como una profecía dictada antes de la explosión de internet, al grupo de opiniones que están alertando sobre los graves riesgos sociales a los que nos expone el uso de la web y, en especial, de las redes sociales. "En 2017, después de un año de revelaciones relacionadas con ciberacoso, fábricas de trolls y campañas de desinformación, deberíamos cuestionar urgentemente el uso del ciberespacio. Y para contrarrestar esta amenaza tenemos que examinar la más grande: nuestra propia y acogedora burbuja online". Así escribe en "The Guardian" David Robert Grimes, investigador del cáncer en la Universidad de Oxford y acreditado divulgador científico. La burbuja a la que se refiere es ese cómodo espacio digital en el que nos movemos, donde todas las opiniones que recibimos de nuestros "amigos" no hacen más que confirmar nuestras creencias. Vivimos metidos en cámaras de eco. Es cierto que los algoritmos de las grandes plataformas como Facebook o Google están diseñados para filtrar la información que recibimos y buscamos en la red para reforzar nuestros gustos e, incluso, adelantarse a ellos, pero Grimes insiste en que evitar encerrarnos en esas burbujas aún está en nuestra mano. Pero tenemos que conocernos y refrenarnos. "Un reciente estudio de Science descubrió que tendemos a involucrarnos más con la información que favorece nuestras líneas ideológicas preconcebidas y que esto explica mucho más el sesgo de elección que el filtrado algorítmico", escribe. "Si bien hay pruebas limitadas de que las burbujas de filtro podrían reducir la diversidad, los datos sugieren que desempeñamos el papel principal en la conducción de nuestra polarización", añade. Internet, este año lo vimos claro, no nos libera. Nos encierra en un zulo frente a un espejo. Así nos construimos una visión "hiperpartidaria" del mundo. "Las cámaras de eco pueden ser reconfortantes, pero en última instancia nos encierra en un tribalismo perpetuo y causa un daño tangible a nuestro entendimiento", insiste Grimes. Las redes sociales, sin los frenos que los medios de comunicación tradicionales tienen para mezclar opinión y hechos, ficción y realidad, fomentan el desarrollo de "narrativas dudosas" en nuevos medios que dicen a sus seguidores "precisamente lo que quieren escuchar". Y estos seguidores se convierten en "comunidades amuralladas que refuerzan sus propias creencias en un ciclo de retroalimentación". No distinguimos información de opinión. ¿Y en qué se nota esta burbuja de filtro en la práctica? Grimes cita algunos ejemplos. Uno, la polarización y manipulación política que está detrás del ascenso de Trump al poder. Otro, la proliferación de publicaciones que niegan, contra la evidencia, el cambio climático. Un tercero, "y el más preocupante", la proliferación en la web de "narrativas antivacunas" que en países como Irlanda ha hecho desplomarse la captación de personas dispuestas a vacunarse contra el virus del papiloma humano. Grimes dice que 2018 debería de ser el año en que no sólo deberíamos de aprender a cuestionar las fuentes de nuestros oponentes, sino también las nuestras. ¿Somos capaces aún de tomarnos esa libertad?

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