'Valenciaaaaa' cantaba mi abuelo Riccardo bajo la ducha. Cantaba el famoso pasodoble del maestro Padilla; aunque yo aún no lo sabía, pues era un niño entonces. Pero la voz de mi abuelito volvió a sonar con fuerza en mi recuerdo cuando, invitado por el alcalde Joan Ribó, entoné el pasodoble desde el balcón del ayuntamiento con todo mi corazón de neovalenciano, mientras en la plaza quemaban todos nuestros malos pensamientos, el miedo, el odio, la mentira y la hipocresía.

Y con estas breves líneas quiero hacer mi pequeña y personal cremà: quemar y hacer desaparecer tensiones y malentendidos, a propósito de los que se hayan podido crear a raíz del titular del artículo de un periódico, una frase mía extraída y usada fuera de contexto. Las personas que me conocen saben que nunca podrá haber por mi parte una falta de respeto hacia la cultura de València, ni hacia la cultura en general; y, a quien no me conoce, le pido que analice los hechos constatables de la gestión del Palau de les Arts Reina Sofía desde enero de 2015.

Ese titular me ha disgustado y me ha ofendido, pero quiero que, tanto el disgusto como la ofensa, quemen en el único fuego posible después de estos años: el fuego de la alegría de haber trabajado, amado y servido a la ópera y a la cultura valenciana.

Me alegra que la automascletà de mi dimisión haya empezado a hacer patentes los problemas que, durante tres años, por trampas administrativas e incapacidad política han quedado sin resolver e ignorados.

Hoy, sin embargo, me complace haber visto la foto del último Patronato, por fin con mucha participación y sonrisas. De haberse tomado en el penúltimo Patronato, o en alguno de los últimos tres años, la foto habría sido desoladora.

Pero ahora quiero quemar las incomprensiones del pasado y cantar el pasodoble por el bien de la casa de cultura más grande de la Comunitat; por la alegría que he experimentado cada día de trabajo con la finalidad de producir ópera, en definitiva, uno de los baluartes de la cultura valenciana. Sí, porque la ópera es patrimonio de esta tierra como lo son las Fallas, la cultura aglutinadora y musical de las bandas, la cocina, el vino, la pintura, los atardeceres en la Albufera y el halcón que ha anidado en el balcón de mi casa en el Saler.

Y que, finalmente, se hable de teatro de ópera en los términos adecuados: el lugar del enfrentamiento dialéctico, de la participación social, de los placeres del intelecto y de la belleza.

«La élite se lleva en el alma, no en la cartera», ha sido uno de mis mantras durante estos años. Por eso, miles de personas han visto y escuchado a Mozart, gratis y en valenciano, en sus plazas; por eso se han emocionado con el gran nivel artístico de nuestras temporadas, por eso se han involucrado en este proyecto de teatro público.

Estoy contento de que el conseller Marzà declare, al fin, querer llevar a lo más alto la ópera; y, contento también, de recordarles que, aquí en València, el Palau ya está en el firmamento de la ópera mundial. Lo está desde hace doce años, gracias a sus trabajadores, a los artistas internacionales atraídos por la calidad del teatro, a los impuestos de los ciudadanos y, hasta hoy, a la visión y competencia de los gestores que saben, con diferentes interpretaciones, qué es el teatro: Helga Schmidt, y quien firma esta carta. Para mí, el teatro se gestiona con gente libre del mundo del teatro, personalidades reconocidas artísticamente, no con burócratas sin preparación que se mimetizan políticamente para sobrevivir.

Pero también quisiera que estas palabras se transformasen en un fuego de alegría. Cada uno tiene sus ideas, yo he manifestado las mías y, con ellas, el profundo agradecimiento a todos y cada uno de los trabajadores y trabajadoras del Palau que siempre llevaré en el corazón, una plantilla técnica, artística y administrativa en la que todo el mundo está representado, todos valencianos, porque para nosotros, los artistas, no existen los de fuera.

Cada cual tiene su camino. El del Palau en su próxima gestión estará lleno de luz, y yo seguiré el mío por el mundo sin dejar de cantar con todos vosotros y con el recuerdo de mi amado abuelo Riccardo: «Valenciaaaaa».

Yo soy valenciano.