Han pasado setenta años -quizás alguno más- desde que en València y en otros lugares de España se produjeron dos situaciones que nos han venido a la memoria actualmente con la proliferación de las bicicletas y con los conflictos creados por las agrupaciones de taxistas, que ven mermados sus derechos profesionales y comerciales. Ocurrió ya entrada la década de los años cuarenta del pasado siglo -el último del anterior milenio-, cuando escaseaban los taxis y, sobre todo, el dinero para poder pagar una carrera. La gasolina era desconocida para buena parte de los ciudadanos. Y entonces surgió un transporte individual que suplía -no diremos superaba, ni mucho menos- a los taxis actuales.

Nos estamos refiriendo al que se llamó «taxi-ciclo»; que deambulaba por las calles de València ofreciéndose por «dos pesetas» -dividan un euro por veinte, y les dará ocho céntimos- para un trayecto urbano que no fuera muy largo. Consistía el taxi-ciclo en una pequeña cabina, menos aún que un motocarro, con dos estrechos asientos, y en su parte delantera dos cadenas que eran tiradas por sendas bicicletas; dos individuos pedaleaban en ellas y así conducían a sus clientes por pequeños trayectos urbanos. Duró poco tiempo el taxi-ciclo, porque los ciudadanos no estaban muy dispuestos a ser arrastrados como ocurre en algunos países muy lejanos y que solamente se ha visto su corretear en el cine.

Pero la gasolina escaseaba; casi no se podía adquirir. Y los taxis urbanos, los automóviles de servicio, escaseaban, tanto por la escasez de clientela como por la falta de combustible. Y aún recordamos los taxis -y algunos coches particulares- que se nutrían de energía a base del llamado «gasógeno», que era fácilmente advertible desde las aceras porque consistía en un enorme depósito colocado en la parte trasera del automóvil.

El gasógeno era una especie de enorme columna, gruesa y de más de un metro de altura, colocada en la cola del vehículo; era lo que producía energía a base de «gas» -de ahí, su nombre-. Pero ese «gas» no tenía nada que ver con los actuales carburantes, con la gasolina -a pesar del nombre-, pues era producido por leña. La mayoría de gasógenos se nutrían de cáscara de almendra, que se portaba en otro paquete contiguo, en las parte posterior del automóvil, y que, sucesivamente, iba rellenando el auténtico creador de energía para el transporte. No obstante, debido a estas dificultades y a que la clientela no era numerosa, ni generosa, ni pudiente, el censo de taxis en aquella época era escaso.

A los pocos años, aún en aquella década de los cuarenta, la econocmía comenzó a mejorar; luego fue creciendo; y los taxi-ciclos eran ya un recuerdo lejano y los taxis con gasolina pudieron ya circular y, sobre todo, multiplicarse. ¡Quién lo iba a decir entonces?!