En climatología, cuando no tenemos nada de qué hablar en el presente nos dedicamos a rememorar el pasado, en este caso no muy lejano. En el sur del litoral mediterráneo español arrastrábamos una sequía de tres años y el 2016 iba a dejar unos registros desastrosos. Simultáneamente la sequía empezaba a amenazar también al resto de España. En ese momento se conjuraron los astros y un anticiclón se estiró de tal manera sobre el centro de Europa que los vientos del este cogieron tal recorrido que venían casi desde Turquía, un auténtico río de vapor de agua se tropezó con los relieves y encontró arriba una capa de aire frío procedente de una vaguada de evolución retrógrada. Llovió tanto y, en general, tan bien, que solucionó la sequía de muchos de estos lugares de un plumazo, sin pensarlo conseguimos llegar a la media anual de repente, con cantidades superiores a los 200 mm e incluso los 600 mm en todo el episodio. Luego llovió y nevó en enero y en marzo y el año empezó tan bien en estos mismos sitios que parecía fácil llegar a la media en 2018 pero, el mundo al revés, desde marzo hasta ahora sólo agosto, en algunos casos, se medio comportó, y en este momento en muchos observatorios estamos a más de 100 mm de llegar a la media. Vivimos de las reservas de esos magníficos episodios de diciembre, enero y marzo pero necesitamos lluvias ya si no queremos volver a caer en problemas, porque, como no llovió en las cabeceras de los grandes ríos, la sequía llega ahora a todos los sectores, y es tanto pluviométrica como hidrológica. Aunque parezca mentira hay mapas previstos que son sólo un poco diferentes a los de hace un año pero empujan toda la lluvia al sur de Túnez y a Libia. En el momento de leer esta columna un pequeño residuo de esa situación norteafricana puede estar dejando lluvias moderadas en los sectores favorecidos hace un año y con eso nos vamos a tener que contentar, aunque la situación de lo que queda de año es incierta, contra lo que piensan los más agoreros. Por cierto, estas situaciones tan lluviosas se dan con presiones atmosféricas en superficie superiores a los 1025 mb, para sorpresa de algún «experto en microfísica», que cree que sólo puede llover con bajas presiones.