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Bisexualidad en campaña

La campaña electoral catalana ha sido tan atípica como atípica fue la propia convocatoria de las elecciones que, recordemos, se hizo a través de la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Algo totalmente inédito. Arrancó con más de la mitad del Govern en la cárcel y el expresident Puigdemont junto a cuatro exconsellers exiliados bajo el paraguas de la justicia belga, llegando a la recta final con algunos de los encarcelados en libertad condicional. Todo un panorama que, inevitablemente, ha favorecido que las redes sociales adquieran un protagonismo mayor de lo normal, sobre todo twitter. Podríamos decir que ésta ha sido una campaña en la red. De hecho, gracias a ello los candidatos de los partidos independentistas han podido actuar.

Sin embargo, uno de los momentos más estelares fue cuando el periodista Jorge Javier Vázquez entrevistó a Ada Colau en el programa Sábado de Luxe en Telecinco. Se puede decir que la entrevista tuvo lugar en un tono distendido, cercano y personal. En general, muy poco político -como poco político es el programa en cuestión-. En un momento dado, Colau le confiesa al periodista su bisexualidad al contar que siendo universitaria, se fue a Italia gracias a una beca Erasmus y allí se enamoró de una chica con la cual tuvo una relación de dos años. Y así, como quien no quiere la cosa, la bisexualidad de la Alcaldesa se coló en la agenda política de las elecciones más transcendentes de la democracia.

Sabemos que las campañas electorales cumplen una función fundamental. Sirven como elemento de legitimación del sistema político, contribuyen a la movilización del electorado y favorecen el debate. En el momento de la campaña, normalmente, la mayoría de los electores tiene el voto decido. Por ello, suelen actuar sobre un margen de influencia considerable pero no mayoritario; dependiendo del contexto, pueden influir más o menos en la decisión final de los votantes.

Sin embargo, son tan importantes que no es posible concebir las elecciones sin ellas. Máxime, por la capacidad que tienen a la hora de generar y enriquecer el debate político. Es en este punto, precisamente, donde conviene centrar la atención. Sobre todo, en relación a la facilidad con la cual se acaba banalizando el mensaje a través de las redes sociales o de ciertos programas de televisión. El hecho de que podamos transmitir mensajes políticos de una forma rápida y sencilla, puede ser positivo o negativo en función de cómo se utilice. En este último caso, un ejemplo interesante son los tuits del diputado devenido en tuitero, Gabriel Rufián.

Caminaremos erróneamente si dejamos que la simpleza del eslogan, los 140 caracteres o las preferencias sexuales manifestadas en una entrevista, acaban suplantando el verdadero debate programático que debe establecerse a través de los procesos electorales. No dejemos que la reducción del mensaje termine por ocupar el espacio de la discusión y las ideas llegando a desvirtuar el sentido de las campañas.

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