Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Feliz Navidad

Voy a hacerles un regalo de Navidad anticipado: lean El Reino de Emmanuel Carrère, a mi me quedan menos de cien páginas de las más de quinientas que tiene. Ya saben: los mejores regalos se expresan en forma de tarea que uno sugiere o se impone. El examen de conciencia que toca -o no- al expirar otro año. El Reino se compone de dos piezas condenadas, de antemano, a no entenderse: una novelette de cien páginas sobre la conversión al catolicismo de su autor y un espacio cuatro veces mayor dedicado a la novela de los orígenes del cristianismo, un asunto tan lejano y tan poco documentado que Carrère se toma la licencia de fabular a menudo y la cortesía de avisar al lector cuando lo hace.

Dicho así suena poco apasionante. No lo crean. La habilidad de Carrère, un pijo de muy buena familia y una formación apabullante, ya quedó acreditada en Una novela rusa, en Limonov, en El adversario. Es uno de esos autores que consideran cada libro un capítulo de una especie de serial u obra magna, de modo que, en todos ellos, hace cameos de los anteriores y cultiva sus devociones y la suya por Philip K. Dick es tan intensa que le dedicó una biografía más alucinante que la mejor novela.

Una de los peores oficios para que te alcance la luz de cualquier deslumbramiento religioso es el de escritor. Demasiada distancia y sospecha y estar pendiente de la aprobación de otros o de uno mismo. Yo le puse, por mi cuenta, banda sonora y sonaba, desde el principio, Bob Dylan. Sin embargo, cabezón y disciplinado, Carrère se levanta pronto, toma la pluma y nos lleva de la mano a esa exploración, llena de fieras y arenas movedizas, del origen de una creencia que vive dos mil años después. Cualquiera se hubiera pringado con el engrudo de la erudición; Carrère, no. Suena como si acabara de conocer a San Pablo en la presentación de un libro a las siete de la tarde. Al final encuentra la almendra que no es doctrina ni rito, responde al nombre, alemán, de Quelle (fuente) y en ella resuenan Buda y Zaratustra, claro. Y Jesús o el amor que sostiene el sol y las estrellas, que decía el poverello de Asís.

Compartir el artículo

stats