El 18 de marzo de 1945, con la II Guerra Mundial aún en marcha y en el exilio francés, Amadeu Hurtado pronunció una conferencia en la que se lamentaba en estos términos: «Nuestra tradición protestataria nos hace caminar siempre a trompicones, rechazando un día la Mancomunitat para reclamarla al día siguiente, suspirando por el Estatut para lanzarlo por la ventana una vez conseguido y prepararnos para lanzarlo de nuevo por la emoción de volver a esperarlo». Seguimos igual.

Hurtado (1875-1950) era abogado, catalanista, periodista y conseller de la Generalitat con Francesc Macià. Entre el 29 de mayo y el 15 de septiembre de 1934 escribió un dietario en el que anotó las gestiones y conversaciones que, como letrado de la Generalitat, desarrolló ante el Gobierno Central para salvar una ley de reforma agraria que acabó siendo desestimada por el Tribunal de Garantías, equivalente a nuestro Constitucional.

Apostaba por el pacto, pero topó con la desconfianza de unos hacia los otros. Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Ricardo Samper y los políticos catalanes de la época levantaron montañas gigantescas donde había suaves lomas. Cambiando nombres y fechas, el dietario pasaría por la cronología de los sucesos ocurridos en España y Catalunya los últimos cinco años.

Hurtado relataba un eterno retorno del marco legal. Este círculo vicioso se ha trasladado ahora a los resultados electorales. El independentismo neto pierde escaños, pero mantiene una mayoría absoluta escueta de la que ya se sirvió para proclamar la República Catalana de forma unilateral. Junts per Catalunya y ERC suman más separados que unidos porque pescan en el caladero de la CUP. Carles Puigdemont se impone desde un hotel de Bruselas al preso de Estremera Oriol Junqueras.

El porcentaje de votos de quienes defienden el constitucionalismo se mantiene en una horquilla mayoritaria muy semejante a la de 2015. Inés Arrimadas gana en escaños gracias a que liquida al PP de Mariano Rajoy y a que los socialistas de Miquel Iceta suman en las encuestas, pero no en las urnas. Los unionistas no tienen capacidad para formar gobierno. Los independentistas sí.

Casi todo sigue igual. ¿Cuál es la única esperanza para solucionar el conflicto? Quizás las fronteras no lleguen nunca a ser físicas, pero mentalmente son cada día más elevadas y difíciles de derribar. Solo la negociación puede impedir que la situación política en Catalunya y en el conjunto de España continúe deteriorándose. Si se mantienen la rigidez de posiciones, la judicialización de la política y el encarcelamiento de electos no se encontrará una solución satisfactoria.

Hurtado relata, de nuevo, la realidad de hoy: «Se hace muy difícil navegar en medio de tantas y tan contradictorias aspiraciones que, bajo la influencia de los acontecimientos diarios, toman formas inesperadas».