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De trenes y catalanes

La Sala Stampa del Palau quiso lanzar la renovación de los votos del Botànic el mismo día de las elecciones catalanas con la esperanza de recuperar la iniciativa del relato y por si sonaba la flauta y por fin Cataluña dejaba de contaminar el bancal político valenciano. Y no obstante ese tren no salió de la estación. Miren, el lío catalán gusta tan poco en el nuevo «tripartit» que el día en que millones de personas ponían su mirada en los comicios del 155, la nueva radio pública debatía sobre una cuestión crucial: si a los gatos se les puede dar turrón. Cosas veredes. Si a eso le sumamos que le van a dar el negocio televisivo del fútbol a la productora del Procés, pues no hay más palabras señoría.

Ofensiva anti Botànic. La fontanería de Ximo Puig y la cátedra de Compromís tendrán pues que seguir ocupándose de limitar al máximo los daños de la ofensiva que la oposición viene desarrollando contra el Botànic a cuenta de Cataluña, estrategia que va a recrudecerse. Sólo había que escuchar a Isabel Bonig el jueves por la noche. Fue una de las primeras líderes nacionales del PP en pronunciarse haciendo autocrítica primero por el desastre de García Albiol y dando pistas después de por dónde van a buscarle las cosquillas al Consell y sus socios. Con Cataluña.

Reforma del Estado. El panorama tras las elecciones catalanas obliga pues a todos los partidos, a los que gobiernan la Comunitat Valenciana y a los que están en la oposición, a replantear sus estrategias. Ya que los comicios no han resuelto nada, en el conflictivo entendimiento territorial de las Españas y la cuestión inconclusa de los equilibrios los valencianos deberían tener discurso propio y poder terciar en la previsible reforma del Estado, nación o país. Como ustedes quieran llamarlo.

AVE y territorio. En ese sentido, y como escuchaba el otro día al presidente de Renfe Juan Alfaro al contar las bondades del AVE -ahora que se cumplen 25 años del primero, a Sevilla- el tren se ha vuelto trendy una vez superadas sus vinculaciones a conceptos como la obsolescencia y el ostracismo. Y, sobre todo, en cuanto a la construcción territorial, hace país. Eso siempre lo han tenido claro en Madrid, cuyos distintos gobiernos trazaron una red radial que arrancó con el AVE sevillano, paradójicamente realizado por dos ministros -Borrell y Serra- y una presidenta de Renfe -Sala- todos ellos catalanes

Hacer país. Un tren hace patria, aproxima, corrige lo hirsuto de la españolidad y modula las orografías, incluso las políticas. Quizá por eso se enconaron tanto Zaplana y Bono cuando se trató de dibujar el trazado para unir Madrid al mediterráneo. Quizás por eso seguimos

-y lo que te rondaré- sin un AVE que una la segunda y la tercera ciudad de España y no parece una boutade afirmar que más que el 155 -con prisas y por imperativo legal- quizás una buena comunicación de los catalanes con los valencianos hubiera contribuido a mitigar el conflicto catalán hace años.

Vagón de cola. La política ferroviaria española ha dejado siempre en el vagón de cola a los valencianos y el único soplo de oxígeno entre vías es la compañía Air Nostrum, interesada en la explotación de líneas de alta velocidad con la nueva liberalización del transporte. Lo demás han sido promesas incumplidas. Ahora de nuevo el ministro Íñigo De la Serna, en su decimoquinta visita a València en esta legislatura, anuncia una inversión millonaria y el inicio del tren de la costa. Una noticia que ha sorprendido a propios y extraños por su compromiso, por el montante de la inversión y porque sus palabras -albricias- parecen creíbles.

Trenes políticos. El tren es una herramienta para la geopolítica. Así, consciente de que el discurso de la reivindicación va calando en la sociedad valenciana, el Gobierno de Mariano Rajoy anuncia un plan de Cercanías para intentar desactivar el mantra de la marginación. El plan del ministro de Fomento nos hace sospechar que el PP coge el tren de la reparación moral, hace campaña y combate esa rumorología según la cual Génova estaría entregando València a la izquierda, a la vista de sondeos que dan larga vida al Botànic. La debacle popular en Cataluña y el éxito de Arrimadas abonarían esta estrategia. «València no puede caer».

Encrucijada. Y es aquí donde el PPCV llega a una bifurcación en su ruta para recuperar las instituciones: o cierra heridas, elimina egos, deja de perseguir la disidencia y el talento y diseña un discurso transversal o bien profundiza en su discurso tradicional, cuya versión actual es arraigarse en el anticatalanismo. Al parecer, tomarán la segunda vía. Y, no obstante, sin dejar de vigilar las derivas secesionistas de esa parte del Consell que sigue salivando con la catalanidad de las valencias, trasladar que el separatismo secesionista es una de las plagas que acechan a los valencianos se nos antoja un exceso.

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