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El móvil se ha convertido en el mejor amigo de los seres humanos. Una conclusión muy poco animalista, a la que he llegado después del aluvión de «whats» de las últimas horas. Además de los pelmas habituales, me han llegado mensajes, videos, canciones y gifs de gentes con las que no tenían ningún contacto desde hace justo un año. Lo que demuestra la tendencia general hacía los reenvíos masivos, y que ante las apasionantes horas familiares, muchos se refugian en sus contactos, hacen limpieza o se acuerdan de ti. En cualquier caso, estas celebraciones tan entrañables sirven para reconciliarnos con las tecnología digital, esa que por arte de aducción nos permite estar orgullosos del número de amigos y seguidores virtuales. Así que por arte de magia las redes sociales nos hacen cada vez más antisociales, porque eso de prestar atención a hologramas antes que a los compañeros de condumio se ha convertido en una norma, que ha pasado de hijos a padres, e incluso amenaza a los abuelos. Nada hay peor que ir contra la biología, como saben antropólogos y psiquiatras.

Por eso el discurso del Rey se ha convertido en una imagen tradicional en las previas de las cenas de Nochebuena. El desorden de los saludos, los últimos retoques gastronómicos, las vacuas conversaciones sobre el vino y el tiempo, y los rajes por los que siempre llegan tarde impiden prestar la debida atención al monarca, que llena con su presencia todos los salones, pero nadie escucha. Por eso cuando el valiente de turno se atreve con el esperado: ¿qué ha dicho el Rey?, los móviles adquieren el protagonismo para quedarse encima de la mesa entre las gambas, el bacalao, el cordero y los turrones.

El discurso real, las campanadas de Nochevieja y el concierto de Año Nuevo son la trilogía televisa de estas fiestas. Además de los especiales, como «La Navidad canta» de La 1, que pese al esfuerzo en off de Santiago Segura indica que el archivo de RTVE es proporcional al indiscriminado uso que siempre hizo del playback en sus musicales.

Hablando de musicales, he esperado diez días para comprobar si había algún atrevido como yo entre los críticos valencianos. Vista la decepción, soy el primero en asegurar que el dineral público invertido en «Tic-Tac» es un despropósito. En la función donde estuve una parte del público se fue antes del descanso, y a la salida gentes de la profesión confirmaron mis sospechas sobre una pieza menor. Si eso es la apuesta futura del teatro nacional valenciano... apaga y vámonos.

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