En la reciente campaña electoral catalana el candidato del PSC, Miquel Iceta, dijo que, si llegaba a ser presidente de la Generalitat, pediría el indulto de los políticos encausados por la frustrada declaración de independencia del pasado mes de octubre. El día siguiente un diario de amplia circulación publicaba un editorial criticándole acerbamente. Las palabras de Iceta implicaban, según el diario, un ataque a la separación de poderes, al Estado de derecho y a la democracia.

¿Ataque al Estado de derecho y a la democracia? La verdad es que el indulto es una figura jurídica plenamente reconocida en nuestras leyes y en las de prácticamente todos los países democráticos. De manera mucho más general, por cierto, que los delitos de rebelión o sedición por los que se está investigando a los políticos encausados. Es la definición de esos delitos lo que parece ser una cuestionable peculiaridad española. Al menos, esa es la razón por la que un juez del Tribunal Supremo ha retirado la orden de detención europea emitida contra los investigados que se habían ido a Bélgica. Y si la definición de la rebelión y la sedición como tipos delictivos es una peculiaridad que diferencia a España, (un país que ha sufrido una larga tradición de dictaduras militares) de otros países europeos (que, por el contrario, han disfrutado de una larga tradición democrática) ¿no convendría que revisáramos nuestro código penal para acercarnos a la normalidad europea? ¿Y no justificaría esa revisión el indulto de los hipotéticos condenados por dichos delitos?

En cualquier caso las elecciones ya han pasado y han dejado en Cataluña, como era previsible, un Parlament tan problemático, o más, que el disuelto por aplicación del artículo 155. Y el clima de opinión, como era también previsible, sigue tan enconado, o más, que hace tres meses. Ayer mismo un conocido escritor catalán, Félix de Azúa, publicaba un artículo en el que anunciaba su determinación de seguir luchando contra «los dos millones de fanáticos» que han votado por la independencia de Cataluña. (¿Dos millones de fanáticos? Se necesita mala suerte para haber nacido en un país así. Y una gran fe en las propias convicciones para afirmar tan tajantemente que los fanáticos son los otros). El texto rebosa ardor guerrero. El escritor se indigna, por ejemplo, contra la «buena voluntad y holganza» de Rajoy. La aplicación del artículo 155 se le antoja insuficiente. (¿Qué esperaba? ¿La Legión desfilando por Las Ramblas?)

Y ayer mismo, también, la prensa recogía unas declaraciones en las que José Luis Ábalos, secretario de organización del PSOE, volvía sobre el asunto de la petición de indulto de Iceta. Afirmaba que había hecho perder votos al PSC. ¡Vaya por Dios! ¿Y porqué? Porque «el momento -explicaba- exigía beligerancia" ¿Beligerancia? Muchos comentaristas han venido señalando la misma carencia respecto de Xavi Doménech, candidato de Cataluña en Comú. O respecto de Ada Colau, la líder más conocida de esa formación. Llevamos semanas oyendo a destacados representantes y analistas de la política española criticándoles por su «ambigüedad». ¿En qué bando están? preguntan: ¿está con «ellos» o están con «nosotros»?

Pero ¿es verdad que «el momento exige beligerancia»? ¿Beligerancia en qué? Admitamos que, para un socialista, la beligerancia se encuentra en el eje central de su tradición centenaria. «Agrupémonos todos en la lucha final» cantan, cuando cantan su viejo himno. Pero ¿qué lucha es esa? La tradición la dibuja como una lucha por la igualdad y la fraternidad. Y, francamente, no creo que esos valores tengan nada que ver con el «ellos» y el «nosotros» que se están enfrentando ahora en el problema catalán.

Lo que sufrimos en Cataluña es obviamente un conflicto de sentimientos nacionales: identidad catalana contra identidad española y viceversa. Esa es la polaridad emergente, la que ha arrinconando, dicen, a la polaridad derecha-izquierda. En eso coinciden prácticamente todos los analistas de las elecciones del 21 de diciembre. Quienes han obtenido más votos son quienes se han mostrado más beligerantes en la lucha de identidades, y quienes han perdido más votos quienes no se han mostrado bastante beligerantes (por ejemplo Iceta, según Ábalos, o Rajoy, según Azúa). Es fácil, a partir de ahí, deducir lo que hay que hacer: exacerbar los patriotismos, unos el español, otros el catalán. Lo que hay que hacer, conviene aclarar, si el objetivo prioritario, o único, es obtener el poder por el poder. Es lo que, de hecho, han venido haciendo desde hace años, ciertos sectores del independentismo catalán y ciertos sectores del PP (desplazados, ahora, por Ciudadanos). Pero ¿es eso lo que tiene que hacer la izquierda que pide el poder para mejorar la sociedad?

Los partidos socialistas se han tenido que enfrentar con el problema del patriotismo desde sus orígenes. Su posición inicial era muy clara: «paz entre nosotros, guerra a los tiranos», dice uno de los versos de la Internacional. O «la Internacional mañana será el género humano». Por desgracia, a lo largo del siglo XX, han abandonado esa posición en muchas ocasiones. Algunas tan lamentables como los movimientos patrióticos populares que se desencadenaron, con apoyo o tolerancia socialista, en diferentes países europeos al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Los resultados han sido siempre desastrosos. No sólo para ellos; para todos.

Esperemos que, en la cuestión catalana, las izquierdas, sea cual sea su militancia, sepan vencer la tentación del voto fácil y se apliquen a los problemas de justicia social que son su razón de ser. Y deseemos que, en lo que se refiere a la exacerbación de patriotismos enfrentados, hagan todo lo posible por tender puentes, cerrar heridas y enfriar sentimientos, vengan de donde vengan. Alguien tiene que frenar esta carrera hacia el abismo.