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Tiempo de navidad

Superado el primer puerto puntuable de la dilatada etapa navideña, nos encontramos a medio camino entre la resaca -gastronómica, vitivinícola, publicitaria y consumista- y el inspirar hondo con el fin de cobrar fuerzas para afrontar la segunda cumbre. Flota un pegajoso aroma en el ambiente: la mezcla imposible de centenares de perfumes recién estrenados, que prometían un paraíso de sensualidad rampante ( parole, parole?) y resultan casi visibles de puro densos. En las reuniones familiares se han producido ya las primeras bajas; casi seguro aumentaron ayer, en el almuerzo de San Esteban. Las calorías, insidiosas, toman posiciones en nuestro organismo esquivando todas las trampas que les disponemos -esas rodajas de piña natural, ese bolecito de ensalada, esas crudités-, y cabalgan imparables a lomos de salsas, dulces y espirituosos varios. Aún ocupan nuestras retinas los saltos y el tradicional agitar de botellas de cava de quienes consiguieron premio en la lotería. Las comidas de empresa son un lejano recuerdo, pero los michelines han venido para quedarse. Un anuncio de una veterana marca de preservativos, hoy diversificada hacia el campo Toys'R Us, sugiere: «Regala orgasmos»? Y esto no ha hecho más que empezar.

Desde hace semanas imperan telefilmes irredentos que algunas cadenas emiten en sobremesa, cuando nuestras defensas han claudicado y somos más vulnerables que nunca. Telefilmes alemanes o norteamericanos, con actores de físico inquietante por lo acartonado y actrices cuya principal cualidad es la ortodoncia. Telefilmes indigestos que rezuman amor, nieve y villancicos en proporciones que debería prohibir la convención de Ginebra. Por doquier se nos recuerda que es tiempo de ser feliz y sonreír, aunque en el transporte público el top hit gestual refleja, sobre todo, cansancio. Coordinados como el cuerpo de baile de un musical de Brodway, nos deseamos felicidad a troche y moche sin pararnos a pensar en lo que decimos, igual que levantaríamos el pie si nos dieran con un martillito en la rodilla. Estamos inmersos en una particular ciclogénesis explosiva envuelta en falsos copos de nieve, falsos abetos, cintas rojas y brillos de purpurina. Es la tregua de Navidad contemporánea. Como ocurriera en el frente occidental en nochebuena de 1914, el combate se ha detenido un instante. A un lado y otro de la tierra de nadie se entonan villancicos, se intercambian regalos. Se juega. Pero las trincheras siguen abiertas y la artillería permanece montada.

Aprovechemos esta breve suspensión temporal de hostilidades disfrutando sin caer en las trampas del marketing. Y un consejo: no compren animales como si fueran objetos. Si quieren sumarse al espíritu navideño, visiten un refugio y adopten a cualquiera de sus inquilinos, mascotas abandonadas que un día fueron juguetes rotos. Eso sí que será un acto de buena voluntad. Y molt bones festes para todos.

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