Ha querido el azar que publique esta columna el día final de año, una de esas fechas que se prestan a la reflexión: ¿qué hemos hecho este año? ¿qué haremos el siguiente? Me viene como anillo al dedo porque recientemente, en una reunión académica, nos ofrecían la posibilidad de escribir una imaginaria carta a unos Reyes Magos climáticos.

La mía es simple y complicada a la vez: estudiar el clima objetivamente, al margen de términos como concienciación o paradigma. Porque la ciencia progresa investigando y planteando dudas. Albert Miller en su "Meteorología" introduce un índice bastante curioso. Nada de términos o de lugares geográficos. Presenta un índice de nombres, pero solo tiene nueve nombres propios y doce entradas. Algunos repiten: Bergeron, Boyle, Buys Ballot, Coriolis, Charles, Benjamin Franklin, Köppen, Newton y Torricelli. Boyle y Charles aportaron las dos leyes fundamentales de los gases explicando el movimiento del aire por densidad. Torricelli, buscando el vacío, fue el primero en medir la presión atmosférica. Bergeron explicó y dio nombre al proceso de formación de los cristales de hielo, básico en el inicio de la lluvia. Newton enunció sus famosas leyes del movimiento y Coriolis describió la fuerza aparente que desvía cualquier fluido por efecto de la rotación terrestre. Buys Ballot nos permite conocer la situación aproximada de las altas y bajas presiones a partir de la dirección del viento. Franklin investigó las chispas eléctricas que constituyen los rayos. Y por último, pero no menos importante, Köppen desarrolló su famosa clasificación climática que, este año entrante, cumple un siglo de su primera versión.

En 2018, casi dos décadas después del holocausto climático, éstos son mis únicos paradigmas: lo demás, se puede y debe discutir.