Si no fuera por los problemas y sufrimientos que acarrea, el procés sería un asunto divertido, una comedia coral y surrealista, en la que sobresale un señor de aspecto curioso que se ha ido a Bélgica a decir majaderías, una suerte de Mister Chance a la catalana que se cree refugiado político. El ex presidente catalán -sí, ex, por mucho que él se empeñe- encajaría muy bien en una historia de los Monty Python al estilo de La vida de Brian o algo por el estilo.

Como algunas otras personas, unos cuantos comentaristas y algunos de mis amigos, estaba prácticamente segura de que las elecciones del 21-D pondrían en evidencia las contradicciones del independentismo, castigando en las urnas algunas mentiras gordas y unas cuantas promesas incumplidas. Las consecuencias económicas de estos meses de deriva nacionalista, con la marcha de empresas, la caída del turismo, el aumento del paro o el resurgimiento del boicot a los productos catalanes eran, a mi juicio, razones para creer que algunos abandonarían las martingalas secesionistas y tratarían de resolver el desaguisado con su famoso seny.

Junto a la pela, que tienen fama de tener muy en cuenta, había otras cuestiones que me animaban a creer en una clarificación del problema. Además de las prácticas -como la falta de respaldo europeo-, estaban las ideológicas. Se ha escrito mucho sobre esto en estos meses: me refiero a la evidencia de que los nacionalismos son excluyentes y base de fenómenos como el fascismo y su apestosa herencia. Nacionalismo significa retroceso en un mundo que avanza hacia la mezcla: multi en lugar de uni.

También pensé que los paralelismos con lo ocurrido en los Estados Unidos de Trump y en el Reino Unido del brexit podrían ayudar. En ambos casos se embaucó a los electores con mentiras, y ahora muchos lo lamentan. La celebración de unas elecciones legales con todas las garantías después del no-referéndum del 1 de octubre daba a los catalanes la segunda oportunidad que no habían tenido ni estadounidenses ni británicos. La cuestión parece ser una sola: independencia o no, y por el camino se olvidan los asuntos que importan. Cambio climático, desigualdades sociales, paro, sanidad, educación ? Una pregunta sería qué tipo de república catalana quieren: ¿una moldeada por los herederos de Pujol (ahora el investigado Pujol) u otra más a la izquierda? Y una segunda cuestión: ¿de verdad no les importa el sentimiento de desapego que están generando en el resto de los españoles?