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Dos mapas han agitado los coletazos del infausto diciembre que acabamos de dejar atrás. Y los dos son imaginarios. Como se trata de mapas de geografía política, con la frase anterior he caído en una redundancia: toda la profusión de identidades, fronteras, banderas, himnos, mantras y proclamas que tanta murga nos ha dado en este año del señor de 2017 es el resultado de las tareas imaginarias que cuatro visionarios se autoconceden, en plan de mesías redivivos, y extienden luego como un tsunami.

El primero de los mapas a los que me refiero es el de la comunidad autónoma de Tabarnia, no menos imaginaria que la república de Puigdemont y compañía pero con la diferencia de que no existe un parlamento tabarnés que la haya proclamado. Por ahora. Sabemos ya de la capacidad humana de pasar de la imaginación a los hechos, casi como si el mundo de las ideas de Platón se hubiese encarnado, así que está por ver hasta dónde llegará esa broma que, al hacer uso de los mecanismos que el proceso soberanista creía suyos en exclusiva, ha abierto la caja de Pandora. Contemplar el mapa de Tabarnia pone de manifiesto algunas claves de todo el rifirrafe que nos está llevando al delirio, con una posible investidura del presidente de la Generalitat por internet al fondo. Como el hecho de que la inmensa mayoría de la población y la riqueza de Cataluña se concentra en la franja costera de Tabarnia pero, ¡ay!, gracias a las artimañas ladinas del entonces presidente (y entonces honorable) Pujol sucede que esa enorme mayoría cuenta con un puñado nimio de escaños cuando se compara con la Cataluña rural, a lo que se ve de añoranza carlista. Democracia, dicen que se llama esa figura.

El otro mapa es el que, en un paso más de la ya larga marcha hacia la inmersión educativa guiada por el Gran Hermano, lleva colgado desde hace una década en la pared de un instituto de enseñanza media, el Violant, de Benicàssim. Muestra a los Països Catalans unidos en santa compaña. Los responsables del instituto Violant sostienen que el propósito del mapa es lingüístico, no político. Ah, pero, ¿acaso hay alguna diferencia?

Con los mapas se puede uno orientar aunque, por supuesto, el destino del viaje depende de lo que apunten los senderos recogidos en la cartografía al uso. Como las intenciones que subyacen a cada mapa que se imprime, o se dibuja, son bastante obvias, pocos pueden llamarse a engaño. Pero igual que sucede con toda la demás parafernalia, con los himnos, las banderas y las consignas, ese universo imaginario tiene consecuencias bien reales. Por desgracia puede que sea demasiado tarde para dar marcha atrás en la cadena de consecuencias que se deriva de la imaginación desbordada. Con una duda del todo pragmática. Ahora que tanto se habla de una España federal, a lo mejor cabe recordar que para pertenecer a una federación -como la europea, por ejemplo- hay que ganárselo de antemano.

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