Cayó el Muro de Berlin. Y Francis Fukuyama nos habló del fin de la Historia «no como el fin de los acontecimientos mundiales, sino el fin de la evolución del pensamiento humano acerca de los principios fundamentales que rigen la organización político-social». Es el triunfo de la democracia liberal. El final de una época, la Guerra Fría, que dejó al liberalismo económico sin rival.

Creemos en la democracia por su legitimidad, porque nos ofrece libertad e igualdad. Apostamos por el capitalismo que se desarrolló bajo los parámetros del Estado del Bienestar, favoreciendo sociedades más justas y protegidas. Ese fue, probablemente, el modelo político-económico que quisimos erigir tras la caída del Muro. Esa fue la Europa que quisimos extrapolar al mundo.

Sin embargo, casi treinta años después, si te asomas al «mundo posthistórico» del que habló Fukuyama, parece que éste se hubiera transmutado. Esa simbiosis entre el liberalismo político y la economía de mercado no está funcionando de la forma que nos habían contado: sociedades prósperas, igualdad de oportunidades y desarrollo económico. Algo está fallando.

Las fronteras se diluyen, la economía se globaliza e internet cambia las reglas del juego a todos los niveles: político, económico y social. Es el neoliberalismo: «las doctrinas neoliberales, como quiera que se las entienda, socavan la enseñanza y la asistencia sanitaria, incrementan la desigualdad y reducen la participación de la mano de obra en la renta; de todo esto no puede dudarse en serio», señala Noam Chomsky.

Desde que en 2008 se produjera la quiebra de Lehman Brothers y estallara la crisis financiera de la que no acabamos de salir, no hemos dejado de sentir la dureza de este nuevo dogma económico: las políticas de austeridad traducidas en recortes sociales y precarización del trabajo. Un ejemplo de ello que puede tener consecuencias nefastas en el futuro es la reducción de becas al estudio. Algo de vital importancia porque hace quebrar el principio de igualdad de oportunidades generando mayor desigualdad social. Cada vez los ricos son más ricos y las clases trabajadoras son más pobres. Esa es la realidad a la que nos enfrentamos.

En un contexto de desregularización absoluta e interdependencia de los mercados financieros, más que nunca, debemos reivindicar el papel protagonista de la política. Hay espacio para ejercerla dentro y fuera de nuestras fronteras. Llevamos diez años hablando de la crisis económica. Sin embargo, conviene que nos cuestionemos si realmente se trata de una crisis económica o más bien, estamos ante una crisis de la política. Ahora que iniciamos un nuevo año, podríamos poner en el listado de buenos propósitos el de recuperar la política.