Que las mujeres sigan reclamando los mismos derechos que los hombres en pleno siglo XXI parece algo increíble. Pero, tristemente, debemos continuar luchando por equipararnos. Y esto no significa que para obtener estos derechos tengamos que ir en contra de los hombres ni pretender que ellos pierdan los suyos.

Sin embargo, este camino es muy largo porque el problema principal lo tenemos en la educación que hemos recibido. Muchas abuelas y madres han heredado comportamientos machistas que consideran normales y que se nos enseñan desde la infancia. Por ejemplo, los niños desde pequeños pueden salir a jugar con sus amigos mientras que las niñas se quedan en casa a ayudar a la madre y, luego, pueden salir; los adolescentes tienen distintos horarios de salida por las noches dependiendo de si es mujer u hombre; ver a un hombre solo en la barra de un bar no llama la atención, pero si es una mujer, la cosa cambia; etcétera.

Por otro lado, hay muchos países en los que la mujer es considerada un mero objeto, cuya única función es atender a su marido, tener y cuidar hijos y poco más. No tienen derecho a decidir su futuro, no se les permite estudiar, salir solas... En muchos países asiáticos y africanos, la mujer es considerada un cero a la izquierda y, especialmente, en China ser mujer es una carga para la familia porque supone una boca más que alimentar y encima deben aportar una dote a la familia del novio.

No parece justo que las mujeres no disfrutemos de los mismos derechos que los hombres, porque nos cierran muchas posibilidades a la hora de desarrollarnos como personas. Me gustaría que esta desigualdad se acabase algún día y viésemos a las mujeres con los mismos derechos sin ser juzgadas o mal vistas, ya sea por los hombres o por las propias mujeres. Muchos hombres se sienten amenazados por los logros obtenidos por las mujeres, porque creen que van perdiendo unos derechos adquiridos de los que han disfrutado desde que nacen.

Aunque durante muchos años, las mujeres han luchado e incluso muerto por la causa, siendo criticadas, menospreciadas y ninguneadas, parece ilógico que haya mujeres a las que no les parezcan bien estas reivindicaciones y vean incorrecto rebelarse contra las tradiciones. Todo esto se debe a que se han acostumbrado a ser manipuladas y no tener voz ni voto. Por tanto, somos nosotras las que tenemos que empezar por cambiar esto.

Otro gran reto que tenemos que superar en el terreno laboral es estar al mismo nivel que los hombres, tanto desde el punto de vista económico como desde el punto de vista profesional. Las mujeres somos igual de capaces que los hombres de realizar cualquier tarea. También hay que erradicar aquellos trabajos en los que se les exija a la mujer tener que prescindir de su maternidad o incluso de tener que ser físicamente guapa (tener buen tipo y estar estupenda).

Así que tenemos que intentar, cada día, manifestarnos en contra de cualquier actitud que nos desagrade y suponga para nosotras una discriminación. Rendirse nunca es una opción.