Mientras paseo bajo el plácido sol invernal, me sale al paso una simpática chinche roja. La observo con agrado, aunque me sobresalta la idea que pueda ser la última vez que lo haga. Es uno de los efectos esperados del cambio climático y ha conseguido atraer mi atención más que cualquier telediario.

El dato es importante. La información no siempre genera acción, tal vez porque una gran parte de nuestras decisiones se basan más en percepciones que en criterios racionales. Para superar esta barrera, hay quienes abogan por suministrar más información y más sensacionalista. Sin embargo, los expertos en comunicación advierten de que se está generando un escenario informativo demasiado ruidoso que enmascara los aspectos más relevantes y dificulta, paradójicamente, la comunicación.

Esto es bastante evidente en el caso del cambio climático, donde el discurso transita, casi exclusivamente, entre distantes paisajes glaciares y el anuncio de grandes catástrofes, ambas imágenes igualmente alejadas de nuestra cotidianeidad. El efecto es devastador, ya que se transmite a la sociedad la sensación que ni las causas ni las soluciones están en nuestras manos.

Frente a esto, el mensaje que nos lanza la chinche roja es mucho más potente, porque nos habla del aquí y ahora. Y nuestro aquí y ahora son las ciudades. Es en ellas donde se concentra la población y son ellas las responsables de una parte considerable de las emisiones de gases de efecto invernadero debido, fundamentalmente, al transporte privado y la actividad residencial. Por ello, serán el escenario donde se ganará o perderá la batalla contra el cambio climático.

Conscientes de ello, las administraciones locales han empezado a dar los primeros pasos. Muchos ayuntamientos ya han desarrollado proyectos como la sustitución de energía fósil por energías renovables, la promoción del consumo responsable o de la movilidad no motorizada, entre otros.

Por su parte, la Diputación de València ha asumido, como objetivo ambiental prioritario, reforzar el Pacto de las Alcaldías, un importante instrumento de la Comisión Europea para implicar a los municipios en la lucha contra el cambio climático. Esta apuesta ha hecho posible pasar de los 17 municipios valencianos adheridos a dicho programa en 2015, a los 220 actuales.

Sin duda, estamos ante un esperanzador cambio de tendencia. Ahora bien, el tiempo se nos agota y el camino no está exento de dificultades. La primera y más sorprendente es que las encuestas destacan el alto nivel de preocupación social por el calentamiento global pero, al mismo tiempo, que los ciudadanos consideran que tanto las causas como las soluciones son asunto de gobiernos y empresas.

Si bien es cierto que el sector empresarial y del transporte son responsables de gran parte de las emisiones, y que los gobiernos deben asumir compromisos y materializarlos en resultados, los ciudadanos desempeñamos también un papel clave en la lucha contra el calentamiento global, y lo hacemos en decisiones que tomamos a diario, desde el modo de desplazarnos hasta nuestros hábitos de consumo.

Es en este punto donde resulta determinante la intervención de los poderes públicos y organizaciones civiles. Desde los despachos de la Comisión Europea hasta el más pequeño de los ayuntamientos, desde las universidades hasta cada colegio de nuestra geografía, se debe trabajar para dar a conocer la gravedad del problema pero también las estrategias de las que disponemos para hacerle frente.

Especialmente, aquellas que ya han demostrado su eficacia en términos económicos, sociales y ambientales, pues constituyen un excelente instrumento de concienciación y generan un escenario proactivo, donde las causas y las soluciones son conocidas y, por tanto, nos capacita para la implicación y la acción. Solo de este modo, tomando conciencia de lo que nos jugamos y empoderando a las ciudades y ciudadanos para hacerles agentes activos tanto del problema como de la solución, podremos detener el cambio climático y revertir los efectos que, aquí y ahora, estamos empezando a sufrir de forma evidente.